lunes, 27 de diciembre de 2010

CIENCIA Inmaduros hasta los 40

Una investigación asegura que el cerebro no está completamente desarrollado hasta bien entrados los 30 ó 40 años, lo que puede explicar por qué muchos adultos tienen rabietas o se comportan como adolescentes

Día 27/12/2010 - 13.03h
¿Muy cerca de cumplir los 40 y aún no asume responsabilidades, es incapaz de comprometerse y se comporta como un adolescente? ¿Tiene rabietas infantiles o se enfada sobremanera si no consigue lo que quiere? Detrás del «síndrome de Peter Pan» quizás no exista solo una persona caprichosa o una personalidad poco formada, sino que puede esconderse una explicación neurológica. Científicos británicos aseguran que el cerebro humano continúa desarrollándose después de la infancia y la pubertad, y que no alcanza su madurez completa hasta los 30 ó 40 años. Esta investigación, que puede explicar el comportamiento inmaduro de muchos que ya peinan canas, contradice las actuales teorías que apuntan que el cerebro madura mucho más temprano.
«Hasta ahora, muchos científicos estaban de acuerdo en que el desarrollo del cerebro humano se detenía, más o menos, en la infancia», explica Sarah-Jayne Blakemore, neurocientífica del Instituto de Neurociencia Cognitiva del University College de Londres, enPhysorg.com, pero la nueva investigación apunta que muchas regiones del cerebro continúan desarrollándose durante mucho tiempo después.
La zona de madurez
La corteza prefrontal, que se encuentran justo detrás de la frente, es, según los científicos, el área del cerebro que experimenta mayor período de desarrollo. Esta zona es importante en la planificación y toma de decisiones, y también controla la conciencia social, la empatía, la comprensión y las relaciones con otras personas, además de diferentes rasgos de la personalidad. Para Blakemore, es la parte del cerebro «que nos hace humanos», ya que existe una estrecha relación entre este área del cerebro y la personalidad.
Al parecer, esta zona del cerebro empieza a cambiar en la primera infancia y sigue desarrollándose en la adolescencia, pero no para ahí. Los escáneres cerebrales muestran que la corteza prefrontal continúa cambiando su forma hasta bien entrados los 30 o los 40 años. Para Blakemore, la investigación podría explicar por qué los adultos a veces se comportan como adolescentes, tienen mal humor sin venir a cuento o rabietas cuando no se salen con la suya.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Tiempo, conciencia y libertad: consideraciones en torno a los experimentos de B. Libet y colaboradores

Fuente: http://www.unav.es/cryf/libet.html

José Ignacio Murillo1 y José Manuel Giménez-Amaya 2
Publicado en « Acta Philosophica », 11, 17, 2008, pp. 291-306.
(Cuaderno monográfico que incluye también los siguientes artículos:
Juan Andrés Mercado: Presentazione: le basi sperimentali della coscienza e della libertà
Juan José Sanguineti: La scelta razionale: un problema di filosofia della mente e della neuroscienza
Filippo Tempia: Free will and decision making in aesthetic and moral judgments
Corrado Sinigaglia y Laura Sparaci: The mirror roots of social cognition)
Versión original en formato pdf.
Resumen: Este artículo trata sobre el experimento de Libet y sus colegas acerca de las decisiones conscientes y sobre otros que se inspiran en él. La discusión se concentra especialmente en dos temas. Primeramente, en la relación entre conciencia y tiempo. Y, en segundo lugar, en la idea de libertad que se presupone en esos experimentos.
Abstract: This paper discusses the experiment of Libet and his colleagues on conscious decisions and others inspired in it. The discussion concentrates especially in two topics. Firstly, the relationship between consciousness and time. Secondly, the idea of freedom which is presupposed in those experiments.
Índice
  1. El problema de la libertad.
  2. Un enfoque experimental del estudio de la acción libre.
  3. Medición, tiempo y conciencia.
  4. Pero ¿estamos hablando realmente de la libertad?
  5. Notas

Volver al índice1. El problema de la libertad

La humanidad parece condenada a no poder dar nunca por zanjadas algunas preguntas. A lo largo de la historia, los hombres parecen divididos respecto de su solución, no sólo por culturas, sino dentro de un mismo grupo social. Aunque la corriente mayoritaria defienda una determinada respuesta, con frecuencia existen voces disonantes. La pregunta por la libertad es una de ellas. ¿Somos realmente libres? Por una parte, no existe ninguna sociedad humana conocida que no se funde –aunque sólo sea implícitamente– sobre la idea de responsabilidad. Las relaciones específicamente humanas descansan sobre la posibilidad de exigir determinados tipos de comportamiento, alabando a quienes los cumplen y condenando a quienes se separan de ellos. Ambas posturas presuponen que el sujeto es dueño de su conducta, y que sería culpable si no actúa de acuerdo con lo que se considera mejor3.
De todos modos, la duda acerca de la libertad se ha insinuado constantemente a lo largo de la historia. En unas ocasiones se basa en la experiencia de la propia impotencia ante los condicionantes internos y externos. La fuerza de los impulsos, la dificultad de superar la ignorancia, o las limitaciones impuestas por la educación o por las estructuras sociales son algunos de los fundamentos de esa conciencia de incapacidad y falta de control sobre la propia conducta. También ha sido frecuente en la historia la idea de que el hombre es un títere de los dioses, o que se encuentra a veces forzado por ellos a realizar determinadas acciones.
Junto con estas reflexiones, de un modo particular desde los inicios de la cultura científica en la Antigua Grecia, es frecuente encontrar otro fundamento para la duda que no se basa tanto en la experiencia de los condicionamientos o de la enajenación, sino que se desprende de una convicción acerca de la naturaleza de la realidad. Cabe denominarlo determinismo naturalista, y se apoya en un razonamiento de este tipo. El mundo puede ser conocido porque está gobernado por leyes racionales; pero las leyes que gobiernan el universo sólo son racionales si lo rigen de modo necesario. Aceptar la realidad de la libertad implica admitir la existencia de un origen de las acciones independiente de leyes deterministas. Pero, desde esta perspectiva, éstas son las únicas que merecen el nombre de leyes racionales de la naturaleza, pues el conocimiento científico y racional se identifica en este planteamiento con la capacidad de previsión. En consecuencia, la libertad debe ser negada, y la conciencia de libertad, aunque no se pueda negar como fenómeno, debe ser calificada como error o espejismo4.
Un rasgo característico de esta postura es que se trata de lo que podríamos denominar un determinismo “frío” o “teórico”. No se basa en la experiencia de falta de libertad, sino que se deduce de una forma de ver el mundo, que se considera irrenunciable, y que puede ser mantenida aun cuando choque con la propia experiencia interior.
Podemos adscribir a este grupo la postura de quienes niegan la libertad porque sostienen que la única explicación próxima de nuestra conducta es el funcionamiento de nuestro cerebro. Tiene en común con el determinismo científico clásico la idea de que el comportamiento debe ser accesible a la ciencia, y de que no puede existir nada capaz de introducir verdadera novedad en el universo. De todos modos, algo lo diferencia de aquél. El determinismo “cerebral” puede convivir con la aceptación de que en el universo no todo es predecible, tal como se desprende de las nuevas teorías de la Física. No niega la libertad porque todo está determinado, sino porque la causa de nuestras acciones es un órgano que sólo podemos concebir como sometido a esas leyes de la naturaleza. Según Patricia Churchland5, el cerebro no es más que “una máquina causal”, y puesto que es el único origen admisible de nuestro comportamiento, la libertad debe ser eliminada de cualquier consideración científica de nuestro actuar.
Cabe decir que esta postura parte de un postulado no probado, y, por lo tanto, que elude toda discusión racional. Si alguien dice que mi libertad es un espejismo, parece eliminar la única prueba que puedo aducir de ella. Por lo tanto, elimina de paso toda posible confrontación racional. Pero, ¿qué ocurriría si pudiera ofrecerse una prueba científica de que la libertad es una ilusión? ¿Es posible hacerlo?

Volver al índice2. Un enfoque experimental del estudio de la acción libre

En torno a estas preguntas gira en buena medida el debate que se originó a raíz del clásicamente denominado “experimento de Libet”. Además, como veremos, esta discusión es también un buena muestra de cómo en algunos sectores de la ciencia moderna, y muy en particular en la Neurociencia, la rígida distinción entre ciencia y filosofía se revela artificial o, cuando menos, se pone en crisis.
Benjamin Libet, fallecido el 23 de julio de 2007, había nacido en 1916 y era un investigador del Departamento de Fisiología de la Universidad de California en San Francisco. En la década de los 70 del siglo pasado, Libet y su grupo habían investigado los denominados umbrales de sensación; en concreto, el grado de activación que se precisaba en determinadas zonas del cerebro para provocar artificialmente excitaciones somáticas. Estos estudios le fueron conduciendo al campo de la conciencia y al diseño del experimento que le ha dado fama.
Libet y colaboradores se apoyaban en el descubrimiento por parte de Hans Helmut Kornhuber y Lüder Deecke en 19656 de lo que ellos habían denominado en alemán “Bereitschaftspotential”: “readiness potential”, en inglés, o potencial de preparación o disposición (PD), en castellano. El PD es un cambio eléctrico en determinadas áreas cerebrales que precede a la ejecución de una acción futura.
Diseñaron un experimento dirigido a conocer la relación temporal que existía entre el PD, la conciencia de la decisión de actuar y la ejecución del movimiento7. La pregunta a la que intentaban responder era la siguiente: ¿cuándo aparece el deseo consciente o la intención (de llevar a cabo una acción)?8
Para responder a la pregunta había que medir en qué momento preciso se generaban los PD, la conciencia del deseo de hacer un movimiento y la activación de los músculos efectores, de modo que permitiera secuenciarlos. Y para ello diseñaron un paradigma de exploración experimental. Los sujetos debían llevar a cabo un movimiento de la articulación de la muñeca en el momento en que sintieran el impulso de hacerlo. Para resolver el problema de la medición, los investigadores utilizaron un reloj, mucho más rápido que los normales, en el que un punto recorría la esfera entera en 2,6 segundos (unas veinticinco veces más rápido de lo normal). El sujeto podía señalar cuál era la posición del punto en el preciso momento en que era consciente del deseo de mover la articulación examinada.
Para comprobar la precisión del informe de los sujetos, llevaron a cabo unas pruebas. En ellas, el individuo se encontraba relajado y no realizaba ningún movimiento voluntario, sino que recibía un débil estímulo en la piel de una de sus manos. El estímulo era repetido al azar en diversas ocasiones y el sujeto debía señalar en qué momento, según el reloj diseñado, era consciente de aquél. La diferencia con respecto al tiempo real, que los observadores conocían, tenía un error tan sólo de unos 50 milisegundos.
Las personas sobre las que se realizó el experimento eran valorados mediante electroencefalograma con un electrodo situado en el cuero cabelludo, bien en la línea media del vértex craneal, bien en el lado izquierdo (sobre el hemisferio cerebral contrario a la mano que ejecutaba el movimiento, que es la que controla los movimientos d el lado derecho del cuerpo), es decir, aproximadamente sobre las cortezas motora y premotora que controlan los movimientos de la mano correspondiente. Los músculos activados de la extremidad eran examinados mediante un electromiograma. El momento en el que éstos se activaban se consideraba el tiempo exacto en la realización del movimiento voluntario.
La prueba se realizó en dos situaciones distintas. En unas ocasiones se medía la conciencia del deseo antes de haber dado la instrucción de “dejar al impulso llegar por sí mismo, espontáneamente” y en otras ocasiones, después de las explicaciones. Por lo tanto, en el primer caso cabía una cierta planificación, mientras que en el otro se trataba de decisiones no planeadas.
Para los sujetos en los que los movimientos eran espontáneos, sin una vaga planificación del momento de actuar, el inicio del PD era 550 milisegundos antes de la activación del músculo. Por su parte, la conciencia del deseo de actuar se daba sólo 200 milisegundos antes de la activación del músculo. Este valor era el mismo cuando los sujetos afirmaban haber planificado el movimiento sólo de un modo vago. Si corregimos con 50 milisegundos el error del informe de los sujetos, teniendo en cuenta el experimento de los estímulos en la piel, la conciencia del deseo de mover se da 150 milisegundos antes de la activación del músculo. Por lo tanto, resultaba claro que los procesos cerebrales que preparaban el movimiento voluntario comenzaban 400 milisegundos antes de la voluntad consciente de actuar. Para los grupos en que se daba una planificación, el PD comenzaba unos 1050 milisegundos antes de la activación de los músculos, pero la conciencia del deseo de actuar era, como en los otros, unos 200 milisegundos anterior a la activación del músculo. Pensaron que la fuente del PD obtenido era el área motora suplementaria de la corteza premotora, que se encuentra situada próxima a la línea media, junto al vértex craneal9. Libet y colaboradores concluyeron que “la secuencia del proceso volitivo ‘para actuar ahora’ puede aplicarse a todos los actos volitivos, independientemente de su espontaneidad o de la historia anterior de deliberaciones conscientes”10.
¿Qué conclusiones se pueden extraer de estos datos experimentales? Es preciso reconocer que, al menos a primera vista, resultan sorprendentes. Lo que uno esperaría es que el área motora suplementaria de la corteza premotora no se activara antes de ser consciente de que decidimos ejecutar un movimiento. Sin embargo, la secuencia temporal parece indicar que el cerebro prepara el movimiento antes de que seamos conscientes de decidirlo.
Antes de pasar a la discusión de algunas interpretaciones de estos experimentos, conviene notar que han recibido algunas críticas, también desde el punto de vista científico11. De todas formas, hay que reconocer que ninguna de ellas parece haber eliminado el consenso general acerca del valor de sus resultados. El mismo Libet respondió a algunas de estas críticas de modo directo12. Incluso, en cierta ocasión, señaló ese consenso acerca de la validez de su experimento, mencionando las revistas que han publicado sus resultados y los testimonios individuales de algunos importantes neurocientíficos, que no sólo los han aceptado, sino que los han alabado sus resultados junto con el ingenio experimental que revelan. A lo que añade este autor a modo de corolario: “Es interesante que la mayor parte de la críticas negativas a nuestros descubrimientos y a sus implicaciones proceda de filósofos y de otros con una experiencia insignificante en la neurociencia experimental del cerebro”13.
Es evidente que, para aquellos que pensaban que el cerebro es una mera máquina causal14, la noticia no causaba ninguna sorpresa. En su opinión, la conciencia no es relevante a la hora de explicar el movimiento. En todo caso, cabría aceptar que es generada por el cerebro como un producto de su actividad, pero sin que tenga capacidad de intervenir causalmente en él. Algunos, como Susan J. Blackmore, han llegado a afirmar: “muchos filósofos y científicos han afirmado que la voluntad libre es una ilusión. A diferencia de ellos, Benjamin Libet ha encontrado un modo de comprobarlo”15.
Ahora bien, no es ésta la postura de Libet: “La suposición –afirma– de que una naturaleza determinista del mundo físico observable (en la medida en que pueda ser verdadera) puede dar cuenta de las funciones y eventos conscientes subjetivos es una creencia especulativa, no una proposición probada científicamente” 16. Por su parte, el no determinismo, es decir, “la idea de que la voluntad consciente, en ocasiones, ejerce efectos que no están de acuerdo con la leyes físicas conocidas, es, por supuesto, también una creencia especulativa no probada”17.
De todos modos, Libet afirma que debemos reconocer la experiencia casi universal de que actuamos libremente, lo que proporciona una especie de evidencia prima facie de la tesis de que la voluntad consciente controla de modo causal algunos procesos cerebrales. Para justificar esta impresión, frente al dato aparentemente contrario que proporcionan sus experimentos, Libet sostiene que, aun una vez que el cerebro ha preparado el acto, todavía queda tiempo para ejercer un veto consciente que pueda detener el proceso evitando la acción muscular. De hecho los sujetos del experimento descrito explicaban que a veces aparecía un deseo consciente de actuar, pero que lo suprimían o vetaban. Hay que tener en cuenta que, en ausencia de señal eléctrica en el músculo, no se iniciaba la grabación del PD que había precedido al veto, de modo que no se grabó ningún PD de acciones vetadas18. De este modo, cabría suponer que hubo PD, pero que algo detuvo el curso de la acción. Libet asegura haber mostrado que es posible ejercer el veto en el intervalo de 100 o 200 milisegundos que precede a la ejecución del movimiento19.
Una objeción que se puede dirigir a esta tesis es que el acto de conciencia también necesita una preparación cerebral y que ésta puede ser inconsciente20. A esto Libet replica distinguiendo entre el acto de conciencia y su contenido: el acto de conciencia puede ser preparado, sin que por esta razón debamos admmitir que su contenido concreto lo sea21.
La tesis de Libet presupone, por tanto, que la conciencia puede ejercer un influjo causal sobre el cerebro. Pero ¿qué es la conciencia? Libet sostiene la posibilidad de que sea una propiedad emergente de determinados procesos del cerebro, cuyo funcionamiento responde a leyes propias, que no pueden ser reducidas a las leyes de las partes. En este punto, se apoya en la propuesta de Sperry, para quien los atributos de la conciencia, entendida como propiedad emergente, podían no ser perceptibles en las actividades neurales del sistema en que emerge, es decir, en el cerebro22. Es más, aunque este autor, como señala el mismo Libet, creía en un primer momento que el sistema obedecía a las leyes deterministas de la física, en sus últimos años aceptó que la mente consciente pue da controlar algunas funciones neuronales independientemente de las leyes físicas23. Libet ofrece su propia versión de esta teoría, proponiendo la existencia de un “campo mental consciente” (conscious mental field), capaz de unificar la experiencia generada por múltiples unidades neuronales. “Éste estaría también en condiciones de influir sobre ciertas actividades neuronales y de formar una base para la voluntad consciente”24.
El “campo mental consciente” sería un nuevo aspecto de la naturaleza. No sería “físico”, en el sentido de que no se puede acceder a él directamente con medio físicos externos, sino por medio de experiencia subjetiva interna. Esto no significa que no quepa una prueba experimental indirecta de su existencia. Es más, Libet propone incluso un experimento para obtenerla25.
Una vez expuestos los experimentos de Libet y colaboradores y la interpretación que da de ellos, puede ser conveniente enmarcar ambas en un contexto filosófico más amplio, que permita valorarlas adecuadamente. No se trata de ser exhaustivos, ni, por supuesto, de zanjar una cuestión compleja, sujeta a control experimental, y que, de hecho, se encuentra todavía sometida a debate. Sin embargo, es claro que estos experimentos y sus interpretaciones giran en torno a cuestiones que han sido abordadas por el pensamiento humano mucho antes de que lo fueran por la neurobiología experimental. En concreto, este debate suscita, al menos, dos problemas.

Volver al índice3. Medición, tiempo y conciencia

El primer problema que se plantea es el de la relación entre la conciencia y el tiempo. No se trata tan sólo de un problema teórico o filosófico, sino que está conectado con uno de los puntos más debatidos de estos experimentos. La forma más clara en la que se presenta en este contexto es el de la medición de la experiencia subjetiva.
En primer lugar, hay que tener en cuenta que la medición de los procesos que tienen lugar en el sistema nervioso, y, en particular, de los que concurren a la hora de diseñar y ejecutar el movimiento, no está totalmente cerrado.
Desde hace tiempo, se ha establecido que la neurobiología del sistema motor tiene una constitución jerárquica. Esta afirmación está basada en un gran número de experimentos dedicados, sobre todo, a desentrañar las conexiones neuronales y los patrones neurofisiológicos de descarga nerviosa de las distintas estructuras neurales implicadas en el control de los movimientos voluntarios. Según este esquema escalonado, el nivel más alto de la jerarquía lo ocupan las cortezas asociativas multimodales, de forma muy especial, la corteza prefrontal. Desde ahí, directamente o a través del cerebrocerebelo y de los ganglios basales (estructuras subcorticales), se alcanza la corteza premotora para organizar el plan y programa del movimiento, que se ejecutará directamente con las proyecciones de esta última hacia la corteza motora, y desde ésta hacia el tronco del encéfalo y la médula espinal. Todas estas conexiones exigen un tiempo de respuesta. Ahora bien, en muchas ocasiones, la sucesió n temporal tal como la podemos medir no se ajusta a los patrones teóricos. Esto afecta sobre todo a las conexiones subcorticales, que pueden parecen desincronizadas con respecto a la ejecución del movimiento. Cabe objetar que, al menos, hay ajuste en las conexiones corticales, y que las estructuras subcorticales tienen sólo una función de control. Sin embargo, parecería lógico que las estructuras subcorticales influyeran también en la planificación y programación del movimiento, y, por eso, sigue siendo difícil explicar cómo se sincronizan los circuitos corticales y subcorticales antes de que éste se ejecute26.
Como decíamos, el tiempo y la medición no son problemas marginal es de la psicología. Es más, están estrechamente vinculados al nacimiento de esta disciplina como ciencia. En efecto, uno de los primeros estímulos para el desarrollo de esta ciencia fue el problema de medición que presentaban algunos fenómenos astronómicos. Hasta los inicios del siglo XIX, algunas mediciones se llevaban a cabo comparando los estímulos visuales –el astro que pasaba a través de una rejilla del telescopio– con otros auditivos –el sonido de un reloj, que el observador comenzaba a contar cuando el cuerpo atravesaba un determinado tramo de la rejilla–. Pero pronto se hizo evidente que había desviaciones en la medición. Al principio, se atribuyeron a la incapacidad o negligencia del observador, hasta que se cayó en la cuenta de que se trataba de un problema sistemático. Esto dio lugar a la noción de “tiempos de reacción” 27.
Por cierto, el tiempo iba a ponerse cada vez más en el centro, no sólo de la psicología y la filosofía –piénsese en Bergson, Husserl, etc.–, sino también en la misma física. Esto ocurrió de un modo particular con el establecimiento de la teoría de la relatividad, que destruía la idea de un tiempo único respecto del cuál podían ser medidos todos los fenómenos físicos y la posibilidad de hablar de simultaneidad física en sentido estricto. A ello se sumó la mecánica cuántica, que proponía también una nueva forma de entender el tiempo y que también planteaba de un modo sistemático el problema de nuestra capacidad de observación de determinados fenómenos naturales.
Pero volvamos a Libet. Por supuesto, este autor tiene en cuenta estos problemas de medición. Se trata de hecho de uno de los aspectos de su estudio. El diseño de sus experimentos está dirigido a evitarlos, y él mismo ha respondido a muchos de los que los han criticado en este aspecto. Ahora bien, lo que no resulta tan claro es que su planteamiento llegue a considerar de modo global qué significa la temporalidad, y cuál es su relación con la conciencia. De hecho el presupuesto del experimento de Libet es que el acto de conciencia que acompaña al deseo de actuar, se puede introducir en la secuencia temporal de los procesos que detectamos en el cerebro. Pero ¿es esto posible? Incluso desde la teoría de Libet del “campo mental consciente” –prescindiendo de los problemas que supone el emergentismo que subyace a esta tesis –, por tratarse de un rasgo nuevo de la realidad, la conciencia puede regirse por una leyes distintas de las que conocemos, diferentes por tanto de las que gobiernan el funcionamiento del cerebro.
Una forma drástica de evitar este problema es la que expone con crudeza Daniel Dennett28. Para él la visión de la conciencia que propone Libet sigue siendo cartesiana, pues presupone la existencia de un yo separado –un homúnculo–, en alguna parte del cerebro, o a cierta distancia de él, al que llegan los diversos datos. Para Dennett piensa, sin embargo, los distintos procesos que atribuimos al homúnculo deben ser atribuidos al cerebro. Podemos entenderlo, usando uno de sus ejemplos, como si fueran “subcontratados” a otras instancias causales, de tal modo que el homúnculo se queda liberado de ellos. Esto pasa con la percepción y con todos los procesamientos de información. Si, por fin, nos decidimos a prescindir del homúnculo29, nos daremos cuenta de que no hay ningún problema: todo ocupa tiempo, aunque, eso sí, por la misma razón nos veremos obligados, contra Libet, a aceptar que no existe tal cosa como el libre albedrío.
Dennett cita a Gallagher, un comentarista de Libet, como alguien cercano a esta postura: “Pienso que este problema puede resolverse si dejamos de concebir la decisión libre como un acto momentáneo. En cuanto comprendemos que la deliberación y la decisión son procesos que se extienden en el tiempo, aunque sea, en algunos casos, en intervalos muy cortos de tiempo, se abre un margen para componentes conscientes que sean más que accesorios incorporados a posteriori30.
En realidad, Dennett tiene razón en rechazar esa visión del yo consciente como una entidad separada y estable, a la que llegan todos los procesos temporales que afectan al sujeto31. Lo que este filósofo de la mente no consigue explicar es cómo resulta posible que, siendo todo estrictamente temporal y extendido en el tiempo, se pueda entender la noción de tiempo, y comparar además unos tiempos con otros.
En términos aristotélicos, la comparación de tiempos es la comparación de movimientos o procesos. Pero toda comparación exige cierta sincronía. Una cierta sincronía es propia de la vida en general, puesto que en los seres vivos los procesos no sólo influyen unos sobre otros, sino que se encuentran coordinados. Más clara es esta concordancia temporal en el caso de cualquier forma de conocimiento sensible32. Ahora bien, nuestra noción de tiempo presupone algo más: en palabras de Polo, articular el tiempo, es decir, que la memoria aparezca como pasado y las proyecciones como futuro 33. Pero pasado y futuro son respectivos al presente. Y el presente, ¿es él mismo, temporal? De afirmarlo abiertamente, se incurre en paradojas. Si afirmamos que lo real es sólo lo presente, el tiempo es una apariencia y no puede ser real. Si afirmamos que el presente es una parte del tiempo, el presente aparece en el tiempo como la negación de todo transcurso y convierte a éste en una sucesión de infinitos instantes. Parece, por tanto, que la única posición sensata es reconocer que cabe entender la temporalidad sólo desde fuera del tiempo.
Suponemos que esta conclusión resultaría desasosegante para Dennett. De todos modos, hay que añadir que no comporta una recaída en la concepción del yo-homúnculo cartesiano. El presente de que hablamos deriva de una actividad (intelectual) humana y no está reñido con que otras diversas formas de cambio y temporalidad afecten al sujeto. Si el viviente humano es algo más que la conciencia del presente, no estamos obligados a reducir el yo a un imaginario punto en el interior del cual ocurren las cosas que no conseguimos explicar mediante la ciencia. Pero tampoco estamos obligados, como Dennett parece creer, a negar al hombre las formas de unidad que aparecen en la experiencia de la actividad libre. ¿Por qué deberíamos hacerlo? Simplificar los problemas puede resultar útil en algunos casos, pero hacerlo indiscriminadamente puede transformarse en la funesta manía de no querer ver –y decir que no puede ser visto– todo aquello que no cabe dentro de nuestra teoría.
Por otra parte, si consideramos el tiempo del acto voluntario tal vez nos encontremos con algunas sorpresas: por ejemplo, es claro que podemos poner en relación nuestras decisiones con el tiempo físico. Asimismo, podemos determinar que algo lo decidimos antes de una determinada fecha o dentro de ella. Pero, ¿hasta dónde puede llegar la precisión? Normalmente datamos las decisiones por relación a aquello que las ha motivado o a los efectos que se han derivado de ellas. Sin embargo, las intenciones sólo son cognoscibles en las acciones, y las acciones son unidades cuya temporalidad no es física. Si afirmo que he participado voluntariamente en un determinado experimento, tal vez pueda señalar en qué momento me decidí, pero el acto voluntario no es una acción instantánea sino que acompaña toda una serie de procesos y actividades confiriéndoles un sentido unitario34.

Volver al índice4. Pero ¿estamos hablando realmente de la libertad?

Esta última observación abre también otro tipo de problemas inherentes al experimento: aquellos que tienen que ver con la concepción de la voluntad y, consecuentemente, de la acción libre. Hemos de advertir que los experimentos que estamos discutiendo han sido seguido por otros, inspirados en gran medida por ellos, y que tienen en común la convicción de que la conciencia se encuentra al margen del origen de las acciones que denominamos libres.
Uno de ellos es el de Haggard y Eimer, que investigaron la relación entre selección e intención consciente mediante una modificación del (como es llamado comúnmente) “paradigma de Libet”. En este caso, pedían al sujeto que moviera una de las dos manos, mientras medían el potencial de disposición lateralizado (PDL), es decir, el del hemisferio contrario a la mano que movían. Dividían los intentos entre aquellos que manifestaban un juicio temprano de intención y los que manifestaban uno tardío. Encontraron entonces que PD general no variaba de acuerdo con el momento del juicio de intención, pero que el PDL comenzaba significativamente antes en acciones en las que la conciencia del impulso era temprana que en aquellos en que era tardía. De ahí dedujeron que la intención consciente estaba vinculada a la selección de la acción, y no a la preparación general, como parecían sugerir los resultados de Libet y colaboradores. Puesto que dentro de la organización del sistema motor se debe haber seleccionado qué movimiento específico se va a llevar a cabo en el momento en que el PD se lateraliza, concluyeron que las intenciones conscientes estaban más relacionadas con el PDL que con el PD general35.
Más reciente todavía es otro experimento dirigido a determinar si la actividad subjetivamente libre se encuentra codificada en el cerebro. En este experimento se usa un dispositivo semejante al que venimos comentando del grupo de Libet para determinar el momento de la conciencia de la decisión libre. El sujeto tiene que decidir, también en este caso, entre pulsar un botón con la mano derecha y otro con la izquierda. Mientras tanto, la actividad cerebral es medida sincrónicamente mediante una técnica de neuroimagen denominada resonancia magnética funcional (fMRI en sus siglas inglesas). El resultado era que cabía encontrar una codificación de la decisión de pulsar un botón y otro ¡hasta diez segundos antes de que apareciera la conciencia de actuar! Ahora bien, no se encontraba la activación en el área motora suplementaria de la corteza premotora (donde había sido medida con electroencefalograma por los grupos de Libet y Haggard), sino en la corteza cerebral asociativa multimodal de las regiones parietal y prefrontal36, demostrando que el sistema motor está jerárquicamente organizado, como ya hemos mencionado anteriormente.
Si reunimos estos datos, puede parecer que el control de nuestras acciones poco tiene que ver con la conciencia. Más bien, la conciencia misma parece vinculada a los procesos de especificación de la acción, aunque no quede claro cuál es su función y hasta qué punto puede intervenir en la acción37.
Una primera consideración, estrictamente neurobiológica, es que resulta legítimo suponer que la organización general de todo el sistema motor pueda estar preparado con una cierta activación permanente, que sea aprovechada por la acción voluntaria para la ejecución de un movimiento concreto. Los resultados del experimento de Soon y sus colaboradores, que hemos mencionado, parecen avalar una activación de este tipo38, 29 de abril de 2008. Online.
Pero, como ya anunciábamos, antes de extraer conclusiones desde estos experimentos, conviene preguntarse por el concepto de libertad que estos estudios presuponen. En ellos la acción libre aparece como una causa, vinculada a la conciencia, capaz de modificar el mundo físico. Ahora bien, hay que tener en cuenta que esta definición de libertad, aunque pueda encontrarse en algunos autores modernos, no es la concepción clásica del libre albedrío. Así, por ejemplo, para Aristóteles lo que corresponde a nuestro libre albedrío es lo que se origina mediante la proáiresis (que habitualmente se traduce como “elección”). Pero la proáiresis, que es algo específicamente humano, no se manifiesta como un tipo de agente causal, sino más bien como la toma de una decisión sobre el trasfondo de un modo de vida39. En otras palabras, no hay proáiresis porque haya acción consciente, sino porque tomamos decisiones que organizan nuestra conducta orientadas en virtud de los que juzgamos racionalmente (y no sólo sensiblemente) como bueno.
Desde luego, nada de esto aparece en los experimentos que hemos expuesto. Las acciones que se consideran libres son impulsos conscientes de llevar a cabo una acción. Pero ¿cuál es la razón por la que el sujeto decide actuar o no, o, en su caso, para pulsar el botón izquierdo o el derecho? Si no hay ningún vínculo entre los diversos intentos, todavía queda aún más claro, que el sujeto no se está moviendo en virtud de un juicio racional acerca de lo bueno. En ese caso, es normal que el espacio de la motivación lo ocupen las urgencias pulsionales.
Tampoco es extraño en este supuesto que se pueda predecir en virtud de los patrones de activación cerebrales, cuál es el curso que tomará definitivamente la acción. Vien e al caso una observación de Tomás de Aquino a propósito de una controversia que puede parecernos peregrina, pero que le sirve para presentar de modo magistral la concepción clásica del libre albedrío, que aquí no es tenida en cuenta. Se pregunta nuestro autor si cabe aceptar en algún sentido que la astrología permita predecir la conducta humana, supuestamente libre. Esto presupondría que los astros, que son una realidad física y material, influyen en el alma humana.
Y responde lo siguiente: “El hecho de que los astrólogos, en sus pronósticos, acierten frecuentemente ocurre por dos razones. En primer lugar, porque la mayor parte de los hombres se dejan gobernar por sus pasiones corporales y, en consecuencia, se portan, en la mayoría de los casos, conforme a las influencias que les llegan de los cuerpos celestes. Ahora bien, sólo unos pocos –los sabios– moderan racionalmente tal clase de inclinaciones. Por eso los astrólogos, en sus predicciones, aciertan en muchos casos, sobre todo en los sucesos más corrientes, que dependen de la multitud”40.
Resulta claro que, para estos autores clásicos, el libre albedrío consiste en la capacidad de actuar en virtud del conocimiento intelectual de lo bueno; o dicho con más precisión, del bien en cuanto bien. También por estar razón admiten que la libertad puede crecer, en la medida en que el agente se acomoda habitualmente a actuar de acuerdo con ese criterio. Es lo que tradicionalmente se denomina virtud. En este sentido, la persona virtuosa es más libre, pues es capaz de imponer un orden racional –el que verdaderamente le interesa como agente racional que es–, a la actividad que se encuentra en su poder. Es cierto que ese dominio está presente de algún modo en toda acción que es consciente y puede ser controlada, pero estas acciones, que son las que se estudian en estos experimentos, no se puede considerar el paradigma de la acción libre.
Cabe concluir, por tanto, que estos experimentos, que tal vez puedan servir para criticar determinadas concepciones de la libertad, no afectan a todas ellas. Y esto muestra, una vez más, que para llevar a cabo una aproximación experimental y científica a determinados problemas, como el de la libertad, conviene conocer lo que sobre este tema han dicho ya las diversas corrientes de la filosofía.

El presente es inalcanzable para el cerebro

El tiempo de nuestra percepción está atrasado medio segundo respecto al tiempo real de los acontecimientos


El cerebro no tiene ninguna posibilidad de alcanzar la velocidad de los acontecimientos, ni por tanto de atrapar el tiempo que transcurre, ya que el tiempo de nuestras percepciones está retrasado alrededor de medio segundo respecto al tiempo real. Así lo explica el neurólogo de California Benjamín Libet en su nuevo libro “Mind Time: The Temporal Factor in Consciousness”, que suscita nuevos interrogantes sobre los mecanismos de la conciencia. Libet ha constatado que para que un acontecimiento pase el umbral de la conciencia y sea registrado por una persona, el tiempo desempeña un papel fundamental, ya que si el acontecimiento ocurrido no dura más de medio segundo, el consciente humano sencillamente lo ignora. Por Eduardo Martínez.



El presente es inalcanzable para el cerebro
Nuestro cerebro necesita medio segundo de tiempo para que un estímulo pase del inconsciente al consciente, según ha descubierto el neurólogo de la Universidad de California Benjamín Libet. Según sus investigaciones, adquirimos conciencia de la realidad con cierto retraso respecto a la velocidad de los acontecimientos, tan sólo una vez que ha transcurrido medio segundo.

Para Benjamín Libet, por ello no tenemos ninguna posibilidad de alcanzar la velocidad de los acontecimientos, ni por tanto de atrapar el tiempo que transcurre. Lo explica en su nuevo libro Mind Time: The Temporal Factor in Consciousness, del que Stephen M. Kosslyn ha realizado un interesante extracto. La obra constituye una presentación de los últimos trabajos de Libet sobre los mecanismos de la conciencia.

En uno de sus experimentos, Libet puso electrodos sobre el córtex somatosensitivo de pacientes despiertos. El córtex somatosensitivo es la región del cerebro sobre las que circulan las informaciones sensoriales registradas a lo largo del cuerpo. Puede consultarse al respecto el trabajo de Kulisevsky La organización del movimiento: estructura y función de los ganglios basales.

Con la ayuda de una débil corriente eléctrica, Libet provocó sensaciones en la superficie de la piel de los pacientes cuya duración temporal variaba deliberadamente. Comprobó que si disminuía la duración de los impulsos eléctricos, los pacientes percibían cada vez menos esta agresión y que por debajo de las 500 milésimas de segundo, no se enteraban de nada de lo que ocurría sobre su piel.

No hay conciencia sin tiempo

Su conclusión es que para que un acontecimiento pase el umbral de la conciencia y sea registrado por un sujeto, el tiempo desempeña un papel fundamental, ya que si el acontecimiento ocurrido sobre la piel no dura más de medio segundo, el consciente humano sencillamente lo ignora.

No es la primera vez que Benjamin Libet sorprende con sus descubrimientos sobre la conciencia. Anteriormente había demostrado también que nuestro cerebro toma las decisiones casi un segundo antes de que las asumamos conscientemente. Esta constatación ha llevado a algunos científicos, como Wolf Singer, a dudar de la real existencia del libre albedrío.

Para obtener este resultado, Libet utilizó pacientes que se mantuvieron despiertos cuando eran sometidos a un episodio de cirugía cerebral. Les pidió que movieran uno de sus dedos mientras observaba electrónicamente su actividad cerebral. De esta forma pudo comprobar que hay un cuarto de segundo de retraso entre la decisión de mover el dedo y el momento presente.

Roger Penrose, en su obra La Nueva Mente del Emperador (1989), ya describía dos experimentos que tienen que ver con el tiempo que necesita la conciencia para actuar y ser activada. El primero de estos se refería al papel activo de la consciencia y el segundo a su papel pasivo.

La decisión necesita un segundo

El primero de los experimentos descrito por Penrose fue realizado por Kornhuber en 1976. Unos voluntarios permitieron que se registrasen las señales eléctricas en un punto de sus cabezas (electroencefalogramas), y se les pedía que flexionaran varias veces, y repentinamente, el dedo índice de sus manos derechas a su capricho.

La experiencia descubrió algo curioso: hay un aumento gradual del potencial eléctrico registrado por el cerebro durante un segundo entero, y hasta un segundo y medio, antes de que el dedo sea flexionado. Esto parece indicar que el proceso de decisión consciente necesita un segundo para actuar.

El segundo experimento al que se refiere Penrose es al de Benjamin Libet, según el cual cuando se aplica un estímulo sobre la piel de los pacientes, transcurre aproximadamente medio segundo antes de que sean conscientes de dicho estímulo.

Para Penrose, de ambos experimentos se desprende que el tiempo de nuestras "percepciones" está atrasado alrededor de medio segundo respecto al tiempo real de los acontecimientos. Es decir, aparentemente, el reloj interno de cada uno de nosotros está arasado medio segundo respecto a la velocidad real de los acontecimientos.

El presente es inalcanzable para el cerebro
Cuestión de amígdalas o de neocorteza

Para Penrose, la conclusión de estos dos experimentos considerados en conjunto es que la conciencia no puede reaccionar a una agresión externa si la respuesta tiene que tener lugar en menos de dos segundos.

Hay una posible explicación de esta manera de proceder de la conciencia, ya que cuando el cerebro recibe un estímulo, a través de cualquiera de los cinco sentidos, lo registra en dos lugares: uno es en la amígdala y el otro es en la neocorteza.

La amígdala es el área con forma de almendra que se encuentra en el cerebro. Es la encargada de recibir las señales de peligro potencial y la que desencadena una reacción capaz de salvar la vida. La amígdala es por tanto la primera región del cerebro en recibir un mensaje. Es muy rápida y en un instante indica si debemos atacar, huir o detenernos.

La neocorteza, capa cerebral externa en la que se llevan a cabo funciones superiores como la planificación, el razonamiento y el lenguaje, está más lejos que la amígdala y recibe los mensajes sensoriales más tarde, pero, a diferencia de la amígdala, tiene mayores poderes de evaluación, y se detiene a considerar más cosas. Además, la neocorteza se comunica con la amígdala para ver qué opina antes de reaccionar.

El presente sólo dura tres segundos

Dado que el 95 por ciento de los estímulos que recibimos llegan directamente a la neocorteza y sólo un cinco por ciento van directos a la amígdala, el retraso que experimenta la conciencia en registrar las sensaciones corporales y en reaccionar puede estar relacionada con la fase de evaluación que necesita la amígdala.

En cualquier caso, los trabajos de Libet consolidan las investigaciones sobre los mecanismos de la conciencia y el papel que desempeña el factor tiempo en los procesos cerebrales.

Otras investigaciones, realizadas tanto con europeos como con indios yanomanis y bochimanos, han establecido a su vez una constatación universal: que el presente dura tres segundos para todas las personas.

Tres segundos es el lapso de tiempo que necesitamos para distinguir sucesivos impactos sonoros o lumínicos, para guiñar un ojo o para cualquier movimiento corporal. Todo lo demás que añadimos, bien que una experiencia cualquiera se nos hace larga o corta, son sólo sensaciones que no tienen que ver con nuestra conciencia del presente.

Para la mayoría de las personas, en menos de tres segundos es imposible percibir nada y a partir de ese período de tiempo, el mundo cobra realismo para la conciencia humana. Un ingrediente más a tener en cuenta a la hora de valorar los experimentos de Libet.

Eduard Punset y su infinita fe en el poder de la mente

Fuente: http://www.europapress.es/cultura/libros-00132/noticia-eduard-puset-infinita-fe-poder-mente-20100315162654.html

Eduard Punset y su infinita fe en el poder de la mente

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   MADRID, 15 Mar. (EUROPA PRESS)
   Aprender a "cambiar de opinión" es la clave para salir de la crisis actual ya que, pese a la reticencia natural de las personas a reconocer y rectificar errores, el cerebro humano "puede y necesita cambiar de opinión para evolucionar".
   Esta es la enseñanza de Eduard Punset, autor del libro El Viaje al Poder de la Mente (Editorial Destino), la obra que ha presentado este lunes en Madrid y con la que culmina su trilogía sobre la felicidad, el amor y el poder.
   "Aunque se dice que rectificar es de sabios y los científicos han demostrado que algunos primates son capaces de cambiar de opinión, la mayoría de las personas practican lo contrario (...) y ya os digo, desde mis 74 años de experiencia, que sin cambiar de opinión no se saldrá de la crisis", advierte Punset, asegurando que, los últimos estudios científicos demuestran "que se puede cambiar de opinión y que el cerebro lo necesita".
   "Si hasta la estructura de la materia cambia, de líquido a sólido y se sólido a gaseoso, cómo no van a poder los humanos cambiar de opinión", insistió este pensador, abogado y economista, para quien salir de la crisis pasa por dejar de ver el acto de cambiar de opinión "como algo inadmisible, como dejar de ser uno mismo o traicionar a la familia".
   Para Punset, "hay seres humanos que no son inteligentes porque son demasiado inflexibles y en cambio, hay grandes simios que son inteligentes, porque son capaces hasta de representar mentalmente una situación determinada".
   Algo parecido ocurre con la empatía, una capacidad "cada vez más importante" porque será imprescindible a la hora de "gestionar las emociones", una técnica que será muy útil para diseñar la reforma educativa del futuro.
   Según este profesor de universidad, en la actualidad existe "un consenso, a nivel universal, de por donde va a ir la reforma educativa de los próximos años" y sus pilares básicos serán dos: que los maestros "aprendan a gestionar la diversidad", en clases multiculturales, y "aprender a gestionar las emociones básicas universales".
EL PODER DE LA MENTE, "EL ÚNICO QUE EXISTE"
   Punset ha dedicado su último libro al poder de la mente, una obra que ha tardado en escribir más seis años, porque considera que la capacidad de decisión del cerebro es "el único poder que existe" y le resulta "paradójico" que el ser humano haya vivido tanto tiempo sin conocer sus mecanismos.
   "Por primera vez en la historia empezamos a saber algo sobre el cerebro (....) porque la esperanza de vida se ha triplicado, de 60 años hemos pasado a 70 u 80. Yo tengo 40 años de vida redundante en términos biológicos, no sé qué hacer con estos 40 años, y he empezado a pensar en cosas importantes", señaló.
   A su entender, los seres humanos estamos "programados para ser únicos y libres", circunstancia que, en muchas ocasiones, "nos lleva a equivocarnos y a hacernos infelices a través de la experiencia individual".
   "Yo veo cantidad de casos, todos los días, de amigos que se hacen infelices gracias a esta experiencia individual, en nombre de esta libertad individual se niegan la posibilidad de acceder a placeres o disciplinas que les llenarían, a lo mejor, de felicidad y tienen la libertad para negarse", señaló.
   No obstante, sobre la felicidad influyen también condicionantes personales como las experiencias de los primeros siete años de vida, en los que lo importante es generar autoestima y seguridad al bebé para que, de adulto, pueda vivir en sociedad.
"LIDIAR CON EL VECINO, EL MAYOR RETO"
  "Vosotros entráis en el ascensor y decís: Buenos días ..., pero no os fiéis. Ese que os dice: buenos días luego, si puede, te engaña y te manipula. Por eso es necesaria una cierta seguridad para lidiar con el vecino, el mayor reto que os vais a encontrar", afirmó.
   Asimismo, apuesta por inculcar al menor, para que sea feliz, "las ganas de profundizar en el conocimiento y en el amor al resto del mundo, que sólo pueden darse "si te han tratado bien, si no te ha dejado berrear en la cuna".
   Otra baza será "dejar de tener recelo a la intuición", sobre la que tenemos "un conocimiento milenario", y empezar a considerarla "como una fuente de conocimiento tan válida como la razón" y útil sobre todo "para tomar decisiones cuando no contamos con todos los datos ni tampoco con tiempo para reflexionar".
CIENCIA Y FICCIÓN, LA LITERATURA DEL FUTURO
   Sobre la redacción de este libro, en la que mezcla información científica con vivencias personales y ficción, Punset dice que se trata de una forma innovadora de narrar que va a ser "una de las grandes revoluciones de los próximos años" y que consistirá "en conciliar entretenimiento y conocimiento" tanto en el ocio como en la educación o la empresa.
   "Yo, a mis alumnos, no les puedo enseñar nada si no les entretengo. Esa historia de que la letra con sangre entra es mentira. Esa será la gran revolución, no sólo en el ocio sino en la educación o la empresa (...) tener a un directivo de mal humor todo el rato, infectando al equipo, es espantoso, también en términos puramente económicos", aseveró.
   En este sentido, también adelanta que esta mezcla de ciencia y ficción revolucionará la literatura. "Cuando algunos anticipaban lo que yo llamo la progresiva fusión del mercado de ficción con el del ensayo, el científico con la novela, recurrían a la historia -- como en 'La Catedral del Mar'-- porque no había una gran tradición científica", explicó.
   "Mi apuesta es que, en el futuro, los narradores recurrirán más a la ciencia y no tanto a la historia, la doctrina o los afectos. Yo lo inicié en el primer libro sobre la felicidad --donde ya había referencias ficcionales, autobiográficos o inventados-- y en esta (obra) hay mucho más. La próxima yo creo que será un relato de ficción ilustrado con ensayos científicos, por conclusiones sacadas del ensayo científico", adelantó.
   En relación con sus experiencias personales, Punset reconoce que el cáncer de pulmón que ha superado "le acercó a la manada" y le dio "más conciencia de que cualquier percepción mental parte de un supuesto incierto, o muy incierto, que este supuesto muy incierto lo contrastas con una memoria muy imprecisa y que luego, si tienes tiempo, aprendes algo".

jueves, 16 de septiembre de 2010

“La visión interdisciplinar enriquece los conocimientos puramente neurológicos”

Para el organizador de la reunión, el objetivo es que los nuevos especialistas “abran la mente
Sandra Melgarejo. Madrid
El Servicio de Neurología del Hospital de Alcañiz (Teruel) ha organizado el V Encuentro de Jóvenes Neurólogos Aragoneses. “Neurología en la frontera: el lenguaje” es el nombre de esta jornada coordinada por José Antonio Oliván, neurólogo del Hospital de Alcañiz. “Esta población es un territorio fronterizo entre Aragón y Cataluña, donde se habla castellano, fundamentalmente, pero también catalán en una zona del sector sanitario. Se nos ocurrió hacer una traslación de esta frontera a la Neurología y tratar una serie de temas que, inicialmente, pueden parecer neurológicos, aunque los abordamos de forma multidisciplinar”, detalla Oliván.
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José Antonio Oliván durante su ponencia en la jornada.
La última edición de esta cita anual ha contado con la participación de neurólogos; de una neuropsicóloga que ha explicado de cómo adquieren el lenguaje los niños; de un psiquiatra, que ha habado sobre el poder de la palabra como herramienta explicativa y sobre el poder curativo de la palabra; de un editor y de un escritor que han conversado sobre literatura y el poder de la palabra escrita en el lenguaje.
“Salimos del campo cerrado de la Neurología y entramos en aspectos tangenciales, pero que resultan muy importantes para comprender estos temas desde otros puntos de vista. Siempre es una visión interdisciplinar, se crea muchísimo debate y eso enriquece conocimientos que son puramente neurológicos, pero al abarcarlos desde unos puntos de vista diferentes, se logran unos conceptos mucho más reforzados”, comenta Oliván.
En su opinión, este encuentro sirve para que los jóvenes neurólogos “abran la mente, son problemas para los que tenemos herramientas, pero son de tal complejidad que muchas veces estas herramientas no son suficientes”. En concreto, Oliván señala que “los neurólogos ven el lenguaje desde la clasificación rígida de las afasias y que estudiarlo desde la antropología o desde la visión que tiene del lenguaje un escritor, sirve para tener una visión mucho más rica de unos aspectos que, inicialmente son neurológicos, pero que admiten el abordaje desde otros puntos de vista”.
En este sentido, a la hora de elegir la temática de estas reuniones, los organizadores buscan que favorezca un abordaje multidisciplinar, pero, sobre todo, buscan “temas que no estén cerrados, que den una oportunidad al debate, a la divagación, a plantear hipótesis”. Así, en el último encuentro, Oliván habló sobre la adquisición antropológica del lenguaje y trató de responder a dos preguntas: cuándo empezamos a hablar y cómo empezamos. “Son dos preguntas que no tienen una respuesta categórica, hicimos una aproximación porque realmente no se sabe”, apunta.
Las anteriores ediciones han tratado contenidos como los trastornos de la marcha, con la participación de neurólogos, de traumatólogos y de un antropólogo; el cerebro emocional y la importancia de las emociones, donde hablaron neurólogos, psiquiatras, psicólogos y un filósofo; y la mente, con las aportaciones de neurólogos, neuropsicólogos, un antropólogo y un escritor. Para el año que viene ya tienen una idea que se va consolidando: Neurología y música.
Uno de los objetivos de los organizadores es que las charlas no estén dirigidas exclusivamente a neurólogos, psiquiatras, psicólogos o neurofisiólogos, sino que también tengan “un marcado carácter divulgativo y estén abiertas a todo el mundo”. Oliván asegura que el encuentro ha tenido una buena asistencia todos los años, pero que en la última edición el éxito de la asistencia “ha sido rotundo”.

El Poder de la Mente

Los cientificos han localizado en el cerebro el área que nos permite hallar soluciones intuitivas, algo que afirmaban y experimentaban en sí mismos maestros espirituales hace miles de años. Vivimos en una sociedad regida por pensamientos analíticos, lineales y lógicos cuya manifestación son conductas fuertemente activas y masculinas (Yang).
Paradójicamente, la busqueda apasionada del desarrollo individual y el enorme interés por descífrar el modo en que usamos nuestra mente y adquirimos conocimientos, han impulsado estudios de Neurología y Psiconeurología sobre el pensamiento intuitivo, tan menospreciado por siglos en Occidente.

Hace muy poco, desde las Universidades de Oregon y de Drexel, en Filadelfia, se informó que se habían hallado los mecanismos neuronales que confirman la existencia del pensamiento intuitivo y su localización anatómica en un área restringida del lóbulo temporal derecho del cerebro.

Utilizando un electroencefalograma pudieron observar cómo la corteza cerebral posterior derecha genera onda alfa de baja frecuencia; un segundo y medio después se produce el "momento eureka" de la solución intuitiva en un área restringida del lóbulo temporal derecho, que puede localizarse con resonancia magnética.

Mucho antes de este fantástico descubrimiento ya se sabía que el hemisferio derecho y las ondas alfa se relacionan con la profunda relajación alcanzada durante el estado de meditación.

LA INTUICION ES UNA FACULTAD MENTAL NATURAL
La ciencia ha encontrado las vías nerviosas, las sustancias químicas y el centro nervioso que nos permite solucionar problemas mediante la intuición.

A partir de esta revalorización, tal vez nuestras sociedades se replanteen la posibilidad de estimular, a través de la educación, el ejercicio del pensamiento intuitivo, caracterizado por ser contemplativo, analógico y generador de conductas femeninas (Yin).  De conseguirlo, por primera vez en la historia de la humanidad estaríamos usando el potencial de ambos hemisferios cerebrales, trabajando en forma armónica y sincronizada.

Por suerte, contamos con la experiencia de distintas técnicas muy practicadas en el Oriente y poco en Occidente, como el Yoga, la meditación , el zen, pranayama, el Tai Chi Chuan, el Qi Gong, la músicoterapia y la biodanza, entre otras disciplinas internas.

Dichas actividades son utilizadas desde hace milenios para pasar a otro nivel de comprensión de la vida.  Y ahora la ciencia occidental ha comprendido cuáles son los procesos fisiológicos que desencadenan.

La meditación, por ejemplo, aumenta las ondas cerebrales alfa y theta en el hemisferio derecho, que inducen al acrecentamiento de la producción de neurotransmisores (acetilcolina, seratonina y dopamina), que determinan un reflejo de quietud (el estado propio meditativo).

PENSAMIENTO INTUITIVO Y VIDA COTIDIANA

La inteligencia intuitiva es una dimensión abierta para la creatividad, la alegría, la paz y la sabiduría personal.  Decir creatividad es permitirnos novedosas opciones y posibilidades.  Ampliar la capacidad intuitiva es reconocernos a nosotros mismos y al entorno con nuevos detalles, elegir mejor... cuando admitimos el pensamiento intuitivo, nuestra vida cotidiana se reorienta.

Confiar en la propia voz interior emplica independizarnos de la racionalidad extrema y de los convencionalismos.  Cuando somos espontáneos y libres, los problemas se transforman en desafíos y posibilidades de crecimiento.  Usando bien la intuición, trascendemos los estados mentales ordinarios y somos, profunda e íntegramente, nosotros mismos.

OCCIDENTE LE HACE UN LUGAR A LA INTUICION

Las sociedades de Occidente están agobiadas por la profunda insatisfacción y frustración que ha sumergido a muchos individuos en enfermedades mentales y físicas.  El hemisferio izquierdo pareciera dominar pensamientos y conductas de las culturas occidentales; este permite pensar con palabras, posibilita el cálculo y el análisis matemático, establece estructuras de jerarquía y organiza secuencias motoras complejas.  Es el asiento de la razón.  El pensamiento occidental es materialista, educa para competir y controlar. La ambición por el poder y la riqueza no deja espacios para la generosidad ni para la grandeza de espíritu.  La felicidad se busca en la propiedad: "más tienes, más vales".  La tecnología y la ciencia se han elevado al rango de religión.  La visión mecanistica y simplista de la vida ha invadido el pensamiento filosófico.

El hemisferio derecho, en cambio, es el asiento de la intuición, la creatividad, la emoción y del pensamiento visual y abstracto; hace posible para nosotros la percepción tridimencional, los colores y la música. La mayoría de las personas tiene un hemisferio dominante; los genios de la humanidad utilizaron las habilidades de ambos hemisferios armónica y constantemente, de ahí que las grandes personalidades desarrollen un amplio rango de intereses y habilidades.

En la actualidad, Occidente intenta revalorizar las funciones del hemisferio derecho, entre ellas, rehabilitar el uso de la intuición en la cotidianidad y como un camino hacia niveles de conciencia más elevados para el autoconocimiento y el desarrollo de una cosmovisión más evolucionada.

DESAFIO A LOS CONVENCIONALISMOS

La esencia misma del descubrimiento y del progreso humano está en desafiar presunciones convencionales, en ir más allá de lo basado en hechos y en la lógica.  Cuando Einstein tuvo "el pensamiento más feliz de su vida", se dio cuenta de que una persona que cae de un techo está al mismo tiempo móvil e inmóvil: !Nada más ilógico para el pensamiento de su época! Einstein había usado el pensamiento intuitivo.  Tuvieron que pasar muchos años hasta que la teoría de la relatividad fuera aceptada por la ciencia, y muchos más para que la sociedad modificara sus presunciones sobre el tiempo y el espacio.

Es el momento histórico de preocuparnos por elevar la capacidad subjetiva de conocer que tiene el sujeto.  La intuición puede aportar su "chispa" no solo para resolver problemas científicos, sino en un sinfín de actividades creativas que requieren toma de decisiones y solución de dificultades.

La intuición moviliza áreas del cerebro distintas de las de la lógica formal.

PORQUE LO INTUITIVO NO PARECE FIABLE?

Solemos forzarnos para pensar de manera rígida, racional y empírica, aún en aquellas situaciones en las que resulta ser un método inadecuado.

Resulta ineficaz insistir en un modelo empírico-racional de pensamiento cuando no contamos con información completa, cuando es imposible medir y definir con precisión, cuando las variables escapan irremediablemente de nuestro control.

Es imposible resolver problemas complejos que trascienden las dimensiones materiales si a la ciencia no le sumamos la agudeza de la intuición.

Si insistimos en el uso de herramientas empirico-racionales, solo conoceremos lo que puede ser analizado y medido.  Así, cuando intentáramos conocer nuestro propio ser, solo descubriríamos un catálogo empobrecido de los rasgos analizables de nuestra personalidad, una visión incompleta.  Unicamente una profunda intuicion iluminar el camino para conocer aquello que en nuestro ser es trascendente y sublime.

En las situaciones prácticas, de forma frecuente sacrificamos la innovación a cambio de control, buscamos el conocimiento y sacrificamos la sabiduría.  Solemos aplicar toda la energía en la búsqueda de las causas únicas, cuando en realidad las causas pueden ser muchas, estar en varios niveles o no existir: azar e incertidumbre caracterizan a la compleja realidad que nos rodea.  El pensamiento racional y los procedimientos empíricos para procesar la información que recibimos son indispensables, pero no son suficientes para recorrer el mundo complejo en que vivimos: necesitamos reactivar el pensar intuitivo que está dormido y oculto en el cerebro.

MAS TRANQUILO Y DESPIERTO

La intuición se ve favorecida por bajos niveles de excitación, un estado de atención tranquilo, despierto, receptivo, sin "ruido mental".  La técnica de la meditación armoniza los dos hemisferios cerebrales, produce significativos cambios fisiológicos y libera neurotransmisores que inducen a la quietud y relajación.

Desde el punto de vista de la Psicología, meditar es usar una forma consciente y dinámica el hemisferio derecho del cerebro, activando el ritmo alfa cerebral.  Se considera a la meditación como el cuarto estado de la conciencia (los otros dos: la vigilia o estar despierto, dormir soñando y el sueño profundo).

La frecuendia alfa ª8 a 14 Hz o ciclos por segundo), al igual que las ondas theta, pueden identificarse mediante electroencefalograma.  Se relacionan con el hemisferio derecho y las funciones propias de la creatividad; predominan en el cerebro hasta los catorce años.  A partir de esa edad predominan las ondas beta, relacionadas con el hemisferio izquierdo y con el pensamiento racional.  Durante las prácticas de meditación se incrementan las frecuencias alfa y theta; el hemisferio derecho, el de la creatividad, libera neurotransmisores que inducen quietud y relajación propicias para el pensamiento intuitivo.

PERSPECTIVA DEL ORIENTE

En las filosofías orientales hay un universo perenne donde mente y materia, sujeto y objeto, el que conoce y lo conocido no estan separados como en el cientificismo clásico.  La base de todo es el ser indiferenciado, el Absoluto, que es la fuente y sustancia de la existencia.  Así, cada forma, cada estructura no es más que una manifestación del Absoluto.  La sabiduría del Oriente fue gestada intuitivamente y el hecho de que nuestra ciencia día a día se acerque a sus ideas confirme el poder extraordinario de la mente intuitiva.  Los yoguis y sabios orientales intuyeron la dinámica de la conciencia.  Estamos empezando a comprender que estos hombres pueden haber intuido principios eternos.  " Como conozco el Comienzo de todas las cosas?" se preguntó el sabio taoísta Lao Tzu.  "Por lo que esta dentro de mi".

Los Sutras de Patanjali, texto del yoga muy antiguo, explican cómo el conocimiento del mundo exterior puede ser obtenido volviendo la atención hacia nuestro interior.  El requisito para ingresar a esta conciencia elevada es samyama, un estado en que la mente permanece absorta en lo trascendente y al mismo tiempo puede pensar.  La mente sería capaz de intuir los principios ordenadores eternos de la naturaleza y se guiaría por ellos, aunque no fuera consciente de los mismos.  La conciencia contiene en sí todo el conocimiento posible.

LA ILUMINACION ES ACCESIBLE

La meditación es una técnica para ampliar la conciencia y es muy efectiva cuando se practica con continuidad (generalmente dos veces al día en sesiones de veinte minutos).
Es corriente considerar a la meditación como una forma de relajacion para lo cual es muy saludable, pero lo más importante es que nutre un estado de conciencia conocido como iluminación.  El meditador "trasciende" el océano de la mente, su sistema nervioso se estabiliza y tiene una máxima coherencia.  La capacidad de aprender, la creatividad artística y las funciones intelectuales mejoran día a día.

El poder de la mente

Prestigiosos científicos norteamericanos, han demostrado que los humanos podemos influenciar en otros seres y objetos a través del pensamiento, las oraciones, y las intenciones

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Antes de sus investigaciones, se mostraban pesimistas sobre esta disciplina. Provienen de las universidades norteamericanas más importantes. La metodología de sus investigaciones es absolutamente científica y con el mayor grado de objetividad. Esto es lo que tienen en común los científicos que defienden la idea de que las personas pueden influir en el exterior… solo con su conciencia.
Mediums, manosantas, curanderos, brujos, parapsicólogos. A lo largo de la humanidad, la historia estuvo plagada de sujetos que afirmaban poder influir en el exterior solo con la energía de sus pensamientos. Muchas de estas personas (tal vez la mayoría) son simples oportunistas que, por medio de una buena retórica, han logrado estafar a mucha gente haciéndoles creer que poseían un poder supraterrenal. Sin embargo, existieron casos donde inexplicablemente –por lo menos para la ciencia occidental- se demostró que la conciencia podía influir en las personas y los objetos.
A principios de la década pasada, una gran cantidad de profesionales egresados de las más reconocidas universidades norteamericanas, en su mayoría bastante escépticos respecto a lo paranormal, comenzaron a investigar científicamente esta cuestión. Sus resultados, fueron sencillamente asombrosos. 
En septiembre de 1996, la psiquiatra Elisabeth Targ, directora del Instituto de Investigación Complementaria en el Centro Médico California Pacific, junto con el investigador Fred Sicher, llevó a cabo un estudio sobre curación a distancia. Para este trabajo, se tomaron a 40 personas enfermas de sida, la mitad de los cuales recibió una “curación a distancia”, seis días a la semana, durante dos meses y medio.
El proceso consistía en distribuir entre un determinado número de sanadores, unos sobres con la foto, el nombre de pila, y unos datos estadísticos del laboratorio, de los pacientes. Ni ellos ni los médicos se conocían entre sí.
Seis meses más tarde, los pacientes que habían recibido el tratamiento tuvieron menos enfermedades nuevas (2 contra 12), visitaron menos veces al médico, (185 contra 260), y permanecieron menos días en el hospital (10 contra 68). La conclusión, para Targ, fue que una persona puede, a través de la intención, influir en el bienestar físico y psicológico de otra, incluso a la distancia.
Por su parte, la médica y doctora en antropología con estudios de posgrado en la Universidad Stanford, Marilyn Schiltz, aceptó una beca de investigación de la Fundación de Ciencias de la Mente en San Antonio de Texas, para estudiar la acción y el compromiso de la mente en el mundo físico.
Sus investigaciones se dirigieron a la visión remota, la relación entre creatividad y capacidad psíquica, y la posibilidad de que el ser humano pueda influir en otro a través de una intención a distancia. Así, junto con el doctor William Braud, quien ya se encontraba en la Fundación de Ciencias de la Mente, realizó un estudio donde se le pedía a una persona que tratara de afectar a alguien que se encontraba en otra habitación, calmándolo o excitándolo.
Para evaluar la recepción de los afectados, utilizaron fluctuaciones electrotérmicas, es decir los cambios en las cargas eléctricas de la piel (lo mismo que se utiliza para los detectores de mentira), con el objetivo de medir los niveles de excitación durante los momentos de influencia.
El resultado, fue que había un 3 por ciento de variación respecto a las sensaciones fortuitas o accidentales, con lo que Schiltz señalo que, en menor o mayor grado, un individuo puede afectar a otro desde otro lugar.
Años atrás, el doctor Robert Jahn, ex decano de la Facultad de Ingeniería y Ciencias aplicadas de la Universidad de Princeton e investigador especializado de la NASA, aceptó, a principios de 1977, el pedido de de una estudiante para que se convierta en el tutor de su tesis.
Jahn, quien se manifestaba bastante escéptico sobre los fenómenos paranormales, estaba decidido a refutar a esta alumna, quien quería investigar sobre la influencia de los pensamientos en los aparatos electrónicos, un fenómeno conocido como psicokinesia.
Pero para su sorpresa, las investigaciones llevadas a cabo demostraron que los pensamientos de una persona sí podían influir en las máquinas. De esta forma, Jahn comenzó a preocuparse frente a la posibilidad de sabotaje de los sofisticados armamentos de última generación que poseen los Estados Unidos.
Fue así que dos años después, decidió fundar el laboratorio PEAR (Princeton Engineering Anomalies Research, o investigación de anomalías técnicas de Princeton). Allí junto a la psicóloga experimental Brenda Dunne, estudiaron durante 20 años la capacidad de la gente para influir en los aparatos. Para estos estudios, no se permite tocar las maquinas, y, preferentemente, se las trata de influenciar a la distancia.
Luego de más de 50 millones de prueba, Jahn ha comprobado que los resultados son estadísticamente significativos, y ha llegado a la conclusión de que algunas personas tienen una mayor capacidad para influir sobre las máquinas, por medio de la resonancia o el vínculo.
El doctor Gary Schwartz, profesor de psicología, medicina, neurología, y psiquiatría de la Universidad de Arizona, y su esposa, la doctora Linda Russek, profesora auxiliar de medicina, son codirectores del Laboratorio de Suistremas de Energía Humana de Tucson, Arizona.
Juntos, estuvieron estudiando la bioenergía y conciencia de los seres humanos. En 1993, tomaron los datos de un estudio sobre el estrés en los Estudiantes de Harvard. Analizando a esos mismos estudiantes, ambos científicos descubrieron que los alumnos que habían descrito a los padres como más afectuosos, tenían más probabilidades de tener una buena salud en la madurez que aquellos que los habían descrito como no afectuosos.
Además, investigaron la influencia de las ondas del cerebro y del corazón en los sujetos masculinos durante las entrevistas, y consiguieron demostrar que el patrón del ritmo cardíaco del entrevistador aparecía en las ondas cerebrales del entrevistado, afectando su conciencia.
Por último, analizaron a cinco reconocidos médium que afirmaban comunicarse con los muertos. Luego de un estudio riguroso, los médium obtuvieron un promedio de 83 por ciento de exactitud en sus respuestas sobre los difuntos, frente a un 36 por ciento de estudiantes universitarios que no tenían relación con esta disciplina.
Todos estos profesionales, se definen, antes que nada, como científicos, y, desde la ciencia misma, están comenzando a hacer añicos los conceptos clásicos de la medicina y la física          

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