miércoles, 30 de septiembre de 2009

La fórmula de la felicidad, en el cerebro

La fórmula de la felicidad, en el cerebro

Los neurólogos comienzan a realizar mediciones científicas de la felicidad en el cerebro.
Después de miles de años en busca de la fórmula mágica, un equipo de neurólogos afirma que la felicidad es el resultado directo de la actividad cerebral, susceptible de ser observada y medida.
"La neurociencia de la felicidad y el bienestar está dando sus primeros pasos", dice el doctor Morten Krigelbach, colaborador de la BBC en la serie "La fórmula de la felicidad", que se transmite por uno de los canales de televisión de la BBC en el Reino Unido.
Según Krigelbach, la búsqueda de la felicidad ha sido una preocupación para los seres humanos desde los comienzos de la historia.
"Sin embargo, son pocos los que alcanzan este estado deseado, e incluso cuando lo hacen, sólo se dan cuenta más tarde", apunta el científico.
Hasta el momento, el foco de la investigación neuronal de la felicidad se centra en dos aspectos: el placer y el deseo.
"La noción de recompensa es un elemento central en estos dos estados de ánimo, y así lo confirman los estudios con animales realizados por psicólogos conductistas desde el siglo XX", señala Krigelbach.
El centro del placer
Durante los años cincuenta, los psicólogos canadienses James Olds y Peter Milner, de la Universidad McGill, descubrieron que las ratas se acostumbraban a tocar una palanca que generaba una pequeña descarga eléctrica, a través de microelectrodos implantados en sus cerebros.

Los científicos experimentaron con ratas para crear estados de felicidad artificial.Cuando la corriente estimulaba ciertas zonas cerebrales, los roedores repetían la maniobra para recibir nuevos estímulos eléctricos. Y lo hacían hasta 2000 veces por hora, dejando de lado otras rutinas habituales, como la actividad sexual o la alimentación.
Estos datos hicieron que Olds y Milner anunciaran que habían encontrado el centro del placer en el cerebro, que se ubica en la misma región que resulta afectada por el mal de Parkinson.
Más tarde, una serie de estudios con seres humanos, dirigidos por Robert Heath, de la Universidad de Tulane, se basó en estas nociones para intentar comprender enfermedades mentales.
En una línea de investigación éticamente cuestionable, estos científicos llegaron a implantar electrodos en los pacientes para tratar de curar la homosexualidad.
Buscando el deseo
Más allá de la repetición observable y compulsiva de conductas, no quedaba claro en los reportes de estos ensayos tempranos que los pacientes efectivamente experimentaran placer a través de los electrodos.
En cambio, un estudio reciente de la Universidad de Michigan indica que los electrodos podrían activar las regiones anatómicas vinculadas con el deseo, más que con el placer.
El científico Kent Berridge, director de este proyecto, reveló que los animales con los que experimentaron tenían una expresión facial particular cuando consumían alimentos sabrosos y dulces, y otra muy diferente cuando se les suministraba algo con sabor desagradable o amargo.

El placer y el deseo son emociones complejas en el hombre, así que todavía tenemos muchas cosas interesantes por aprender en este campo
Morten Krigelbach, científicoCuando manipularon directamente los niveles de dopamina en el organismo de las ratas, encontraron que sus expresiones no se alteraban.
Así, Berridge estableció una diferencia entre deseo y placer, o entre "querer y gustar", observable tanto en términos de la actividad cerebral como por las sustancias neuroquímicas liberadas.
El sistema de emisión de dopamina parece estar así relacionado con el deseo, mientras que el sistema opioideo, que maneja compuestos químicos naturales similares a la morfina, está más vinculado con el placer.
Queda claro, sin embargo, que las ratas son diferentes de los seres humanos.
"El placer y el deseo son emociones complejas en el hombre, así que todavía tenemos muchas cosas interesantes por aprender en este campo", señala Krigelbach.
Las investigaciones neurocientíficas se concentran en estos días en el estudio de la zona del cerebro conocida como córtex orbitofrontal: es la porción que muestra un desarrollo evolutivo más reciente en los humanos, y tiene conexiones con el sistema de dopamina y con el opioideo.
"Usando imágenes neurológicas, encontramos que tiene áreas relacionadas con estados de placer verificables, según nuestros experimentos", señala Krigelbach.
¿Qué nos dicen, en definitiva, estas investigaciones sobre la felicidad?
"¿Podríamos definir la felicidad como un estado de placer sin deseo, un estado de satisfacción e indiferencia?", se pregunta Krigelbach.
Y responde: "Si es así, entonces es posible que los neurocientíficos encuentren algún día la receta para alcanzar este estado". Es decir, la fórmula para inducir la felicidad.

"Lo peor para el cerebro es el aburrimiento"

Lo peor para el cerebro es el aburrimiento"
Asegura el especialista en neurología cognitiva, nacido en Estambul, que desde hace treinta años estudia su funcionamiento
Suele decirse que el cerebro es el objeto más complejo del universo y el gran poema de la materia. Marsel Mesulam seguramente estaría de acuerdo con estas definiciones: cautivado por la matemática y la literatura en sus épocas de estudiante, hace tres décadas explora los intrincados senderos de la mente. El director del Centro de Neurología Cognitiva y Alzheimer de la Universidad Northwestern -que estuvo en Buenos Aires para participar de la reunión del grupo de Investigación en Afasia y Trastornos Cognitivos de la Federación Mundial de Neurología, coordinada por Ineco- nació en Estambul, pero vive en los Estados Unidos desde que tenía 18 años, en 1964. "Cuando estaba a punto de graduarme -recuerda-, decidí ingresar en medicina y psicología. Tuve la suerte de tener como mentor a Norman Geschwind (padre de la moderna neurología del comportamiento) y desde entonces la investigación ha sido un viaje maravilloso a través de la neurología, la neuroanatomía y las imágenes funcionales. Ya no me planteo dedicarme a la matemática, pero todavía disfruto de un buen libro." -Doctor Mesulam, ¿se puede explicar en un párrafo cómo funciona la mente? -Bueno, el problema es complicado. Sólo en la superficie del cerebro tenemos 20 mil millones de neuronas, cada una de las cuales forma unas diez mil conexiones. Este órgano es capaz de hacer cosas absolutamente asombrosas que ninguna máquina es capaz de emular, como los cálculos que hace un tenista, un poeta o un atleta. En los últimos 150 años hemos tratado de descubrir qué parte del cerebro hace qué tarea. Y ya sabemos algo: que diferentes partes del cerebro hacen cosas diferentes, y que éstas no están confinadas dentro de fronteras individuales. Las funciones cerebrales están organizadas en redes distribuidas e interconectadas entre sí. Por ejemplo, no es que las palabras se encuentren en una parte especial del cerebro. Están en todo el cerebro, pero hay un área crítica que sabe dónde, que opera como el directorio de una computadora. Si uno pierde el directorio... olvídalo, nunca las vas a encontrar, no porque el directorio contenga los archivos, sino porque sabe dónde están. Estamos empezando a describir las funciones cerebrales como un mosaico increíblemente complejo en el que hay diferentes áreas de especialización, áreas que pueden relacionar la información distribuida. Hemos realizado avances realmente fantásticos, pero todavía estamos en los comienzos. -Sin embargo, hay quienes piensan que nunca lograremos entender totalmente el cerebro? -Creo que las neurociencias del siglo XXI tendrán que definir el significado de las palabras que utilizamos al preguntar. Por ejemplo, cuando se dice que no vamos a entender cómo funciona el cerebro, yo tengo que dar vuelta la pregunta: ¿qué se quiere decir por entender? Porque si por entender se quiere decir que cuando uno mira esto y lo llama "reloj", puede manejarlo, puede hacer imágenes funcionales, puede decir qué parte hace qué cosa, entonces sí lo vamos a entender. Pero si la pregunta es si puedo explicar cuál es la esencia de un reloj, tengo que contestar que no lo sé. Creo que podremos describir cómo ingresa y cómo egresa la información, pero si vamos a preguntas más complejas, por ejemplo si preguntamos qué es la conciencia, entonces.... -¿Será imposible entender qué es la conciencia? -Personalmente, no sé qué es la conciencia. Puedo decir que estar consciente es verbalizar algo internamente, aunque también hay instancias en que uno no necesita verbalizar. La totalidad de la conciencia está más allá del análisis lógico. Si queremos expli carla, vamos a encontrarnos con problemas, porque las respuestas que hallaremos serán triviales. De modo que tenemos que ser muy cuidadosos en cómo definimos nuestras preguntas. -Se diría que es un "agnóstico" de las neurociencias... -Tal vez, pero piense en la astronomía: si uno pregunta cómo empezó el universo, le responden "con el Big Bang", pero el Big Bang es algo llamado "una singularidad", que no tiene explicación. La astronomía es más inteligente que las neurociencias, porque ya definió la pregunta que no tiene respuesta. Creo que tendremos que aceptar que algunas preguntas, cuando las hacemos de cierta manera, pueden no tener respuesta. Pero tenemos tantas preguntas que sí pueden contestarse, que no creo que haya que perder el tiempo con las que no la tienen. -¿Considera que hipótesis como la de Marvin Minsky -que habló de una "sociedad de la mente" en la que la conciencia surge de la interacción de procesos que, individualmente, no son conscientes- no son una explicación adecuada? -Creo que es una idea muy razonable, porque lo que dice es que se pueden escalar niveles de complejidad. Por ejemplo, tenemos tantas sinapsis que gran parte de las funciones mentales podría manejarse en forma probabilística. Se podría decir que cuando llamamos a esto "reloj", este estímulo visual activa miles de posibles palabras, pero en un sentido darwiniano las más aptas sobreviven porque coinciden más con lo que uno ve. No tengo problema con ese enfoque, pero mis investigaciones no se ocupan de ese nivel de complejidad. Soy un simple neurólogo que está tratando de descubrir cuáles son los elementos para que, algún día, alguien vea cómo funcionan. -¿Cómo explicaría el movimiento pendular que describe a la mente ya sea como algo inescrutable o como un simple engranaje químico? -¿Sólo un engranaje químico? ¿Un cuarteto de Beethoven es sólo sonido? La mayoría contestaría que sí, pero por otro la do es un sonido muy complejo y muy especial. Otro ejemplo es la vida: es sólo una combinación de carbono, nitrógeno y oxígeno? Pero, cuando se juntan formas complejas, ocurre lo mismo que con los sistemas biológicos, dos más dos es igual a cinco. Incluso aunque el cerebro sea en el fondo "sólo una máquina química", cuando esas sustancias se combinan en un cierto orden dan por resultado algo más. -¿Qué importa más para el desarrollo de la mente, la herencia o la experiencia? -Ambas. En cada función hay instancias en la que se verifica una predisposición genética, en la que la experiencia juega un papel y en la que hay interacciones. Me gusta pensar en el cerebro como un barco (la predisposición genética) sobre el que se deposita la experiencia como una pintura; si la predisposición genética es la correcta, esa pintura será mucho más colorida. Pero hay que tener las dos. Uno no puede desarrollar el lenguaje sólo poseyendo los genes; sin embargo, si no tiene los g enes, la experiencia sola no va a hacer que usted tenga habilidades lingüísticas. Ahora, si un chico no es expuesto al lenguaje, tampoco lo desarrollará. -¿Cuál es el puente entre lo anatómico y lo simbólico? -El lenguaje. Los humanos hemos creado este sistema cuyo único propósito es crear un símbolo que llamamos "palabra" para objetos específicos, ideas, sentimientos. Se podría decir que la red del lenguaje es el mejor sistema conocido hasta ahora para la creación de símbolos y no hay otro animal que lo tenga. Se ha trabajado años para que chimpancés y gorilas crearan símbolos y se comunicaran, y sólo se ha logrado que aprendieran una o dos palabras. En mi opinión, la razón es que el cerebro humano se ha desarrollado hasta un punto en que tiene un lujo: más neuronas (en relación con el tamaño del cuerpo) de las que son necesarias para sobrevivir. Ese "lujo" nos permite sistemas neuronales cuyo trabajo principal no es sólo escapar del peligro y buscar alimento , sino reflexionar acerca de la experiencia por medio de símbolos. Esta interfaz simbólica es un rasgo exclusivamente humano. La ventaja que ofrece este sistema es realmente increíble. Otro rasgo único de la mente humana es su deseo de diversidad; si no ¿por qué los humanos creamos miles de lenguajes para decir las mismas cosas? -¿Por qué? -¿Y por qué hay tantas formas de preparar los alimentos? A los monos les gustan las bananas? El secreto del cerebro humano es la búsqueda de la diversidad. Sentimos una urgencia intrínseca de buscar lo novedoso. Si uno toma una neurona y le muestra lo mismo dos veces, inmediatamente decrece su actividad. Se aburre. Lo peor para el cerebro humano es el aburrimiento y eso ha creado el combustible para el desarrollo de la humanidad. El problema es que buscar novedad no siempre es bueno, por eso el cerebro tiene potencial para lo bueno y para lo malo. -¿Qué se puede hacer para cultivar la mente infantil? -Todos los chicos son diferentes. Algunos son curiosos y quieren saber por qué las cosas son de la manera en que son. Otros están más interesados en las relaciones personales. Es importante ser muy sensible a los talentos particulares y permitirles desarrollarlos en un ambiente estimulante. No tiene sentido pretender que sea matemático un chico que no tiene inclinación hacia la matemática, eso sería frustrante para todos. Creo que primero hay que averiguar cuáles son las aptitudes del chico y luego darle el máximo de posibilidades para que se desarrollen. Y también asegurarse de que tenga una mente curiosa en cualquier área. Cuando yo estaba en la escuela primaria, había un patrón para todo el mundo. Todos aprendíamos lo mismo, leíamos lo mismo. Espero que seamos cada vez más sensibles a las diferencias y que podamos alimentarlas.

Reduccionismo

¿Vos creés que todo puede explicarse con la neurobiología o hay cosas existenciales que la neurobiología sólo lo explica de una manera reduccionista?
Cuando tenemos que describir como actúan las neuronas, diciendo: esta neurona es de tal tipo y sintetiza este neurotransmisor y este va a un receptor que –en realidad- es algo que jamás hemos visto, imaginamos que hay unos receptores, entonces. La realidad es que esta neurona no está sola sino que está actuando junto con otra neurona que seguramente produce otra sustancia. Incluso ella misma puede producir otra sustancia, es decir, naturalmente es reduccionista intentar limitarse sólo a unos esquemas de neuronas que produce esta sustancia que actúa y esto se traduce en comportamientos. Yo creo que esto es la base, hay unas experiencias pasadas que van modulando como esta neurona responde porque somos capaces de anticipar respuestas. Y a partir de ahí, transformar todo esto en una sensación de ansiedad, en una sensación de miedo o en una sensación de placer anticipado, hasta qué punto esto es sólo sustancias químicas, sólo impulsos eléctricos que pasan de una neurona a otra, bueno, yo creo que la base es eso, esto es lo que hoy por hoy conocemos. Nos explican como funciona el cerebro, hasta qué punto un recuerdo o una experiencia pasada, influye sobre esas neuronas, yo creo que ahí está la clave y si a esto hay que llamarle psicoanálisis, pues bueno, lo llamamos psicoanálisis, si quieres llamarle conductismo, no sé, para mí la explicación es esta, es decir, somos un amasijo de células que funcionamos de una manera determinada y por el hecho de tener el cerebro estructurado como lo tenemos, podemos sentir bienestar, placer, construir herramientas, amar, odiar, etc.
- Digamos que esto es toda una declaración de principios, el psicoanálisis podría explicarlo de otra manera, sin apelar a la neurobiología, alguno de los dos debe tener una explicación ingenua, ¿crees que hay conciliación posible, articulación entre disciplinas?
Yo creo que la explicación neurobiológica lo que hace es decir: somos seres humanos que estamos constituidos por unas sustancias y por unas células; el psicoanálisis lo que hace, y por lo que sé, es decir: tú respondes de esta manera porque en un momento pasado tuviste unas experiencias determinadas que marcaron tus fobias o tus actitudes actuales tus miedos, tus placeres, tus obsesiones de hoy, etc. Entonces creo que en el fondo no está reñido, es decir, el psicoanálisis lo que hace es intentar explicar que ante una situación determinada, nuestro cerebro actúa de una manera determinada, la persona que es histérica, la persona que es neurótica, la persona que tiene un problema, cualquier problema tos psicológico lo tienen porque sus neuronas en un momento determinado están elaborando unas sustancias por alguna causa, el psicoanálisis intenta bucear por ahí e intenta explicar, porque las neuronas en este momento responden así.

Conversaciones con Rodolfo Llinás

«El cerebro es una entidad muy diferente de las del resto del universo. Es una forma diferente de expresar todo. La actividad cerebral es una metáfora para todo lo demás. Somos básicamente máquinas de soñar que construyen modelos virtuales del mundo real».
No son palabras de un filósofo ni de un poeta, aunque su obra establece un puente entre éstos y la ciencia. Es la provocadora conclusión a la que ha llegado, tras cuarenta años de estudiar el sistema nervioso, uno de los cerebros más brillantes de nuestra época: el neurocientífico Rodolfo Llinás Riascos.Partió del estudio microscópico del funcionamiento unicelular de las neuronas hasta convertirse en fundador y pionero de la neurociencia. Ésta integra diversas ciencias para entender el funcionamiento del cerebro: biología, filosofía, fisiología, sistemas, bioelectricidad, cognición, psicología, medicina, psiquiatría, informática, zoología, evolución, antropología y geometría, por mencionar sólo algunas. En todas esas aguas navega con propiedad Llinás, hasta revolucionar el concepto que antes se tenía sobre el sistema nervioso, es decir, «la esencia de la naturaleza humana». Sus colegas dicen que la obra de Llinás rompe por completo las antiguas creencias y marca un nuevo paradigma sobre la manera de entendernos a nosotros mismos y nuestra interacción con lo que llamamos «realidad».
Luego de publicar más de quinientas investigaciones y catorce libros científicos, Llinás decidió compartir sus hallazgos con el público no especializado a través de un libro pedagógico que sintetiza su hipótesis sobre la electrofisiología de la subjetividad: El cerebro y el mito del yo, de Editorial Norma.En la obra, salpicada de metáforas tan didácticas, cómicas y lúcidas como su autor, se resume el trabajo de este colombiano de 68 años, nacionalizado hace cuarenta en Estados Unidos, director del Departamento de Fisiología y Neurociencia de la Universidad de Nueva York, asesor de la Nasa, miembro de las academias de Ciencia de Estados Unidos, Francia, España y Colombia, y varias veces postulado al premio Nobel, entre muchas otras distinciones. Con su melena cana y una inexplicable belleza infantil en el esplendor de su sexto piso, dialogó así con Número:
¿Por qué nos parece tan misteriosa la mente?Supongo que la conciencia, el pensamiento y los sueños nos resultan tan extraños porque parecen ser impalpablemente internos. Ello podría deberse a que, desde un punto de vista evolutivo, nosotros los vertebrados podemos considerarnos crustáceos volteados hacia fuera.Me explico: los crustáceos son exoesqueléticos, es decir, tienen un esqueleto externo. En cambio, nosotros somos endoesqueléticos, o sea, tenemos un esqueleto interno. Esto implica que, desde cuando nacemos, somos altamente conscientes de nuestros músculos, pues los vemos moverse y palpamos sus contracciones. Comprendemos de una manera muy íntima la relación entre la contracción muscular y el movimiento de las diversas partes del cuerpo. Desgraciadamente, nuestro conocimiento acerca del funcionamiento del cerebro no es directo. ¿Por qué? Porque en lo que a masa cerebral se refiere, ¡somos crustáceos! Nuestro cerebro y nuestra médula espinal están cubiertos por un exoesqueleto implacable: el cráneo y la columna vertebral. A diferencia del resto del cuerpo, no vemos ni oímos nuestro cerebro, no lo sentimos palpitar, no se mueve y no duele si lo golpeamos, ya que está protegido por la portentosa estructura del cráneo. Si tuviéramos la masa cerebral por fuera del cráneo y pudiéramos ver o sentir el funcionamiento del cerebro, nos resultaría obvia la relación entre la función cerebral y la manera como vemos, sentimos o pensamos. De la misma manera que ahora nos resulta obvio lo que sabemos sobre el funcionamiento de músculos y tendones, cuyo movimiento disfrutamos tanto que organizamos competencias mundiales para comparar y medir masas musculares. Pero no disponemos de una parafernalia análoga para medir directamente el funcionamiento del cerebro. Supongo que por eso algunas personas piensan que la mente, la conciencia o el «yo» están separados del cerebro. Y por eso en la neurociencia se dan conceptos muy diversos sobre la organización funcional del cerebro.En cuanto a nuestros amigos los crustáceos, que no se dan el lujo de conocer en forma directa la relación entre la contracción muscular y el movimiento, el problema de cómo se mueven, en caso de que pudieran considerarlo, podría resultarles tan inexplicable como lo es para nosotros el pensamiento o la mente.
Por eso decían que el cerebro es una «caja negra» misteriosa, hasta cierto punto pasiva, con la que llegamos «en blanco» al nacer y que recibe estímulos del mundo externo, los interpreta y devuelve a través de los sentidos. ¿Qué opina usted?Digo que el cerebro enfrenta al mundo externo, no como una máquina adormilada que se despierta sólo mediante estímulos sensoriales, sino por el contrario como un sistema cerrado, autorreferencial (parecido al corazón), en continua actividad, dispuesto a interiorizar e incorporar en su más profunda actividad imágenes del mundo externo, aunque siempre en el contexto de su propia existencia y de su propia actividad eléctrica intrínseca.Para funcionar, el sistema no depende tanto de los sentidos como creíamos, como lo prueba el hecho de que podemos ver, oír, sentir o pensar cuando soñamos dormidos o cuando fantaseamos despiertos, en ausencia de estímulos sensoriales.Tampoco creo que el sistema nervioso sea una tabla rasa en el momento del nacimiento. Años de evolución hacen que cada bebé nazca con un cerebro hasta cierto punto organizado, con un «a priori neurológico» que le permite ver, sentir u oír sin necesidad de aprender a hacerlo. Nacemos, por ejemplo, con la capacidad de aprender cualquier idioma. Serán la cultura y la educación las que determinen cuál. Pero la estructura básica nace con nosotros.La historia evolutiva demostró que únicamente los animales capaces de moverse necesitan cerebro (por eso las plantas, quietas y arraigadas, aunque tan vivas como nosotros, no lo necesitan). Y que, en principio, la función principal de éste es la capacidad de predecir los resultados de sus movimientos con base en los sentidos. El movimiento inteligente se requiere para sobrevivir, procurarse alimento, refugio y evitar convertirse en el alimento de otros, pero como sería imposible sobrevivir si predijéramos con la cabeza y con la cola al mismo tiempo, se necesita centralizar la predicción en el cerebro. A esa centralización de la predicción la conocemos como el «sí mismo» de cada uno de nosotros.
¿Por qué dice que el color, el dolor o el sonido no existen afuera sino adentro?Lo que hay afuera no es necesaria y únicamente lo que los seres humanos vemos. En realidad, afuera hay todo un caos lleno de cosas que nuestro cerebro no percibe porque no tiene necesidad de hacerlo para sobrevivir: ondas sonoras, electromagnéticas, átomos, partículas de aire, etc. Cada cerebro animal, incluido el humano, aprendió evolutivamente a discriminar de ese caos externo sólo aquello que requiere para sobrevivir. Por eso, los perros «ven» con el olfato, los murciélagos ciegos con el oído, los pajaritos ven muchos más colores que nosotros y no tenemos seguridad de que sean los mismos nuestros, etcétera.Ejemplo: si un perro y una persona quieren buscar a alguien en un aeropuerto, le damos a la persona una foto del extraviado y al perro una media. Pero si lo hacemos al revés, la foto para el perro y la media para la persona, ¡seguramente nunca encontraremos al perdido! (risas).Así, se establece un diálogo entre nuestro mundo interno y el mundo externo, por medio de los sentidos, que nos permite elaborar representaciones virtuales de los fragmentos del mundo real que necesitamos para sobrevivir. Pero no tenemos la visión íntegra de todo lo que hay allá afuera. Lo que pasa es que a través de unos quinientos o setecientos años de evolución, los humanos nos hemos puesto de acuerdo en una especie de «alucinación colectiva estándar» y vemos más o menos lo mismo. Eso es lo que nos permite ser una sociedad con referentes universales.
¿Por qué dice que el «yo» es un mito?Los seres humanos no tenemos cerebro. Somos nuestro cerebro. Cuando le cortan la cabeza a alguien, no lo decapitan sino que lo decorporan. Porque es en este prodigioso órgano donde somos, donde se genera nuestra autoconciencia, el «yo» de cada uno. Por tanto, lo que llamamos «yo» no es separable del cerebro. Si dijéramos «el cerebro me engaña», la implicación sería que mi cerebro y yo somos dos cosas diferentes. Mi tesis central es que el «yo» es un estado funcional del cerebro y nada más, ni nada menos.El «yo» no es diferente del cerebro. Ni tampoco la mente. Son unos de tantos productos de la actividad cerebral, a partir de la cual hemos llegado a la Luna y tenemos posibilidades ilimitadas de hacer realidad nuestros sueños.
¿Cómo puede ser el «yo» un estado funcional del cerebro?El núcleo de mi tesis radica en el concepto de oscilación neuronal, como la de las cuerdas de una guitarra o de un piano cuando las pulsamos. Las neuronas tienen una actividad oscilatoria y eléctrica intrínseca, es decir, connatural a ellas, y generan una especie de danzas o frecuencias oscilatorias que llamaremos «estado funcional».Por ejemplo, los pensamientos, las emociones, la conciencia de sí mismos o el «yo» son estados funcionales del cerebro. Como cigarras que suenan al unísono, varios grupos de neuronas, incluso distantes unas de otras, oscilan o danzan simultáneamente, creando una especie de resonancia. La simultaneidad de la actividad neuronal (es decir, la sincronía entre esta danza de grupos de neuronas) es la raíz neurobiológica de la cognición, o sea, de nuestra capacidad de conocer. Lo que llamamos «yo» o autoconciencia es una de tantas danzas neuronales o estados funcionales del cerebro. Hay otros estados funcionales que no generan conciencia: estar anestesiado, drogado, borracho, «enlagunado», en crisis epiléptica o dormido sin soñar. Cuando se sueña o se fantasea, ya hay un estado cognoscitivo, aunque no lo es en relación con la realidad externa, dado que no está modulado por los sentidos. Pero en los otros casos o estados cerebrales, la conciencia desaparece y todas las memorias y sentimientos se funden en la nada, en el olvido total, en la disolución del «yo». Y, sin embargo, utilizan el mismo espacio de la masa cerebral y ésta sigue funcionando con los mismos requisitos de oxígeno y nutrientes.Aunque el estado funcional que denominamos «mente» es modulado por los sentidos, también es generado, de manera especial, por esas oscilaciones neuronales. Por tal razón podríamos decir que la realidad no sólo está «allá afuera», sino que vivimos en una especie de realidad virtual.Es decir, que no es tan distinto estar despierto que estar dormido...El cerebro utiliza los sentidos para apropiarse de la riqueza del mundo, pero no se limita a ellos. Es básicamente un sistema cerrado, en continua actividad, como el corazón. Tiene la ventaja de no depender tanto de los cinco sentidos como creíamos. Por eso, cuando soñamos dormidos o fantaseamos, podemos ver, oír o sentir, sin usar los sentidos, y por eso el estado de vigilia, ese sí guiado por los sentidos, es otra forma de «soñar despiertos».El cerebro es una entidad muy diferente de las del resto del universo. Es una forma distinta de expresar «todo». La actividad cerebral es una metáfora para todo lo demás. Tranquilizante o no, el hecho es que somos básicamente máquinas de soñar que construyen modelos virtuales del mundo real.
¿Cómo mantener activa nuestra «máquina de soñar»?Estamos hablando de que todos estos prodigios de la mente se generan en tan sólo un kilo y medio de masa cerebral, con un tenue poder de consumo de catorce vatios. De manera que para mantenerla en forma se requieren buena nutrición, buena oxigenación y protegerse de golpes.Sin embargo, lo más importante es usar el cerebro, cosa que muchas personas no parecen tener tan claro. El problema es que la inteligencia es limitada pero la estupidez es infinita. Por eso es tan urgente promover una buena educación, que enseñe a pensar claramente a través de conceptos y no de mera memorización de datos. Hay que entender la diferencia entre saber (conocer las partes) y entender (ponerlas en contexto). Por ejemplo, una lora sabe hablar pero no entiende nada.
¿Por eso en su investigación se busca la síntesis y no la especialización, propia de la ciencia positiva estadounidense?El análisis del detalle es más fácil que la síntesis, pero no es suficiente. Como en la película La tienda de empeño, donde Chaplin atiende a un cliente que le pide arreglar un reloj. Saca abrelatas, alicates, empieza a sacar las partes hasta desbaratarlo por completo. Luego pone todos los pedazos en el sombrero y se los entrega al desolado cliente. ¡El señor desbarató el reloj y no lo pudo volver a construir! Así es la ciencia analítica o especializada: sin la síntesis, sólo tiene grandes cantidades de pedazos de cosas.
No obstante, es incorrecto decir que mi trabajo es síntesis de fisiología con biología, con zoología, entre otras ciencias. Mi interés es explicar cómo son las cosas. El problema es que esos cajones del saber («esto es física, esto es química, etc.») son artificiales, por lo cual yo no los respeto. El mundo es uno. Y la gente le da nombres porque es estúpida y se fracciona en función de palabras, en vez de tomar las cosas por lo que son.Lo que estoy tratando de hacer es muy peligroso, porque yo me puedo mover de lo molecular a lo cósmico, sin problemas. Y eso resulta sospechoso para los científicos tradicionales, que sólo respetan el conocimiento muy especializado. En términos generales, los científicos se catalogan entre «topos» y «zorros». Los topos taladran, buscan la profundidad y cada vez saben más y más de una sola cosa. Los zorros lo ven todo, pero por lo mismo saben poco de mucho. Alguien dijo sobre mi trabajo: «Ese señor Llinás es ambas cosas: un topo y un zorro. O mejor, un ¡“zorrotopo”!» (risas). Mi propuesta es que la ciencia sea análisis y síntesis, que la neurociencia se aventure a cuatro órdenes de magnitud y no sólo se quede en lo microscópico, y que así podamos no sólo saber sobre el cerebro, sino entenderlo, porque mientras más comprendamos la portentosa naturaleza de la mente, el respeto y la admiración por nuestros congéneres se verán notablemente enriquecidos

Errores cerebrales

El cableado cerebral decide el destino de los humanos y marca la naturaleza de sus relaciones con la gente y las cosas. ¿Cableado? ¿Chicotería? Sí, el cerebro es, fundamentalmente, una organización electroquímica, una planta hemoeléctrica, un sistema que produce respuestas frente a los estímulos y desafíos del exterior. Esta máquina de extremas complejidades tiene, sin embargo, gruesos errores de diseño. Y hay quienes piensan que buena parte de la sangre derramada a lo largo de la historia procede de esta ingeniería insuficiente.
No estamos hablando de los desperfectos que algunos se empeñaron en llamar psicopatías. Estamos hablando de cerebros que funcionan al ciento por ciento. Por ejemplo, es una certeza neurológica más o menos aceptada que la percepción del mundo exterior nos ha llegado como un presente griego de la evolución. Lo que quiero decir es que el cerebro envía, por lo general, información insuficiente o desfigurante a las redes que se encargan del descifrado. Y esto conduce a que el objeto exterior sea “leído” incorrectamente. Lo que a su vez lleva implícito el error primordial de la identificación del objeto.
¿Cómo se come este enunciado? Muy simple: “vemos” lo que muchas veces queremos ver. El almacenaje de memorias asociativas, la tendencia del cerebro a economizar energía, nos empujan, por ejemplo, a “leer” en una barba crecida el desaliño, la dejadez y el fracaso que otras barbas crecidas nos pudieron confirmar en el pasado. Pero eso casi no es “ver” sino, más bien, retrotraer.
Blas Lara, catedrático emérito de la Universidad de Lausanne, Suiza, apunta que percibir al otro como lo que quizás no es, es una tendencia “de estos estereotipos culturales que son abstracciones almacenadas en el neocórtex como etiquetas simplificadoras”.
Las funciones cerebrales tienen algo de reacción en cadena (aunque estas reacciones pueden ser varias a la vez y ocurren en las distintas redes en línea del sistema). Pero si la información primaria viene distorsionada, lo que pasa muchas veces es que las instancias que podrían “corregir” esa percepción errónea –la límbica y la cortical– asumen el error como propio y lo dejan pasar. El paso siguiente es que esos errores producirán, al final, programas de respuesta inadecuados.
Desde ese punto de vista modernamente químico-cerebral, un exceso, verbal o fáctico, es hijo remoto de una información contaminada. Y, como acabamos de ver, hasta la memoria puede jugarnos una mala pasada al querer meterse en el presente tiñendo negativamente una experiencia actual que no tendría por qué parecerse a las experiencias guardadas en nuestro disco duro. Todos los últimos avances en torno a la máquina cerebral parecen coincidir en una verdad que el narcicismo antropocéntrico habrá de admitir aunque mucho le duela: el “autocontrol social” del sistema cerebral humano es frágil y la capacidad de imponer razones y frenos en las barreras límbica y del neocórtex desaparece con mucha más frecuencia y facilidad de lo que imaginábamos. De allí vienen todas las sangres del terrorismo religioso y de Estado y todas las matanzas “doctrinarias” que en el mundo han sido. En resumen, el cerebro de este “lóbrego mamífero” que somos no es ni de lejos la máquina perfecta que soñó el racionalismo. Si el cerebro humano fuese la maravilla impecable que nos contaron, ¿cómo explicarse que el hedonismo de entrega inmediata de la drogadicción se haya convertido en un problema masivo? Si la computadora neuronal tuviese un antivirus enérgico, ordenaría, en ese caso, que el lector de peligros del neocórtex impusiese su punto de vista. Para no hablar de los mares de estupidez que vemos crecer todos los días a nuestro alrededor y que amenazan con inundarlo todo.
Las fallas de fábrica del cerebro humano y la nueva comprensión en relación a sus orígenes nos permiten decir ahora que esta masa grasienta de un kilo cuatrocientos gramos –membranosa, surcada y protegida por la bóveda craneana–,es más una laptop escolar que una IBM de última generación. Y es por eso que resulta imperativo cargar a esa computadora esencial con muchos programas que mejoren su rendimiento, refinen sus respuestas y creen barreras adicionales para el espía software simiesco que siempre aspira a adueñarse de sus circuitos. Y eso es lo que, en términos simples, se llama educación. Educación y un poquito de tolerancia (que casi son sinónimos).

domingo, 27 de septiembre de 2009

El cerebro es el sintonizador y el creador de la realidad

Nuestro conocimiento del mundo depende de las interacciones neuronales con el mundo exterior
Lo que conocemos como realidad es el resultado de una serie de interacciones entre los circuitos y trazas neuronales del cerebro y el mundo exterior. De esta interacción surge una sola representación mental o “realidad” de cada individuo en su particular universo, entre las potenciales realidades que se derivan de todas las posibles interacciones del cerebro con el entorno. De esta forma surge la metáfora del cerebro como sintonizador o detector/creador de realidad, si bien su capacidad para apreciar la “realidad total” es limitada porque depende de la cantidad de interacciones, directas o indirectas, que puede establecer nuestro cerebro con el mundo exterior o Todo. Por Oscar Antonio Di Marco Rodriguez.

La metáfora del cerebro como un “sintonizador” o detector/creador de “realidad” es solo eso: una metáfora o analogía que busca explicar con un ejemplo electromecánico bastante simple, conocido e ilustrativo, el funcionamiento de esa maquina tan compleja que es el cerebro. La similitud sería la siguiente: 1º Etapa: captación de señal. Es la interacción, descrita a nivel cuántico, de cada experiencia entre el mundo o medio ambiente que nos rodea (el “Todo” o the “Wholeness”) y nuestro Sistema Nervioso Central (cerebro/sintonizador; the “Tuner”), en particular nuestros diferentes sentidos que actúan como antenas. 2ª Etapa: transmisión de la señal Se conforma una traza neuronal o circuito propio de esa experiencia, que se transmite por la red neuronal, como en el conductor metálico de un sintonizador, salvando la diferencia de características orgánicas en lo que respecta a la generación de potenciales de acción, sinapsis, etc vs. diferencias de potencial eléctrico. 3º Etapa: registro y memoria. Según la experiencia de que se trate (ruidos, luces, olores, etc. vs. ondas electromagnéticas de diferente frecuencia, amplitud, TV, radio, telefonía, etc.), los circuitos y tratamiento de la señal recorrerán diferentes trazas o caminos neuronales, para ser procesadas en diferentes sectores demoduladores: cerebelo, amígdalas, hipocampo, encéfalo, etc., vs. parlantes, tubos de rayos catódicos, etc.), quedando registros de estos cambios (memorias de corto y largo plazo vs. grabadoreselectromecánicos) 4ª Etapa: acciones eferentes Según el tipo de experiencia se producirán, en los diferentes sectores demoduladores, diferentes acciones emergentes (movimientos, pensamientos, etc, en el cerebro, vs. sonidos, imágenes, etc, en el sintonizador) Captar y transmitir Podemos decir entonces que las terminales nerviosas de nuestros sentidos son las encargadas de captar (al modo que lo haría la antena de un sintonizador) y transmitir (al modo que lo harían los conductores de un sintonizador) las señales codificadas con la correspondiente información desde el objeto -algo o parte del “Todo” (the “Wholeness”) exterior-, hasta diferentes zonas del cerebro, en forma de cadenas de procesos electrobioquímicos llamados: impulsos nerviosos, sinapsis, potenciales químicos, electroquímicos, neurotransmisores, etc, procesos bastante bien conocidos, basados esencialmente en interacciones electromagnéticas de alguna manera parecidos o similares – potenciales químicos versus potenciales eléctricos - a como circulan las corrientes eléctricas en los conductos de los sintonizadores. Finalmente, esas señales son transportadas a distintos sectores del cerebro (cerebelo, hipocampo, amígdalas, senos o lóbulos frontales, hemisferios derecho e izquierdo, etc.), formando trazas o circuitos únicos de cada experiencia, las que funcionando coordinada e integralmente se transforman en conciencia, memorias, conocimiento, consciencia y eventualmente distintas acciones como manifestación eferente o nuevas propiedades “emergentes”, en modo equivalente, aunque mucho más complejo, en que las ondas electromagnéticas e invisibles del “éter” (espectro de radiaciones electromagnéticas) se transforman en determinadas y precisas ondas de presión de aire (sonidos de radio) u otro tipo de radiación lumínica codificada y visible (imágenes de TV) en los diferentes tipos de sintonizadores. Representación mental Según el filósofo y experto en neurociencias Daniel C. Dennett, de las interacciones entre los circuitos o trazas neuronales del cerebro - cada uno de ellos perfectamente naturales e inconscientes - “emerge” una sola representación mental (en un primer paso la conciencia animal básica que compartimos con diferentes matices, con todos los demás seres vivos y en una segunda etapa, mediante la intervención de los lóbulos frontales, la corteza, etc., obtenemos la consciencia, prácticamente exclusiva de los humanos) o “realidad” de cada individuo en su particular universo, entre las muchas – ¿infinitas? - posibles o potenciales “realidades” que derivan de las infinitas posibles o potenciales interacciones del cerebro/sintonizador (the “Tuner”) con el “Todo”(the “Wholeness). Si interpreté correctamente a Dennett en su último libro “Dulces Sueños” (Editorial Katz), él parece decir que de las interacciones entre las trazas o circuitos neuronales formados por las distintas experiencias vivenciales a partir de la concepción – repito, cada una de ellas perfectamente inconcientes e involuntarias – mediante una especie de asamblea política o fama, surge o “emerge” un consenso en tiempo real que se transmite hasta el nivel conciente en todos los organismos vivos y luego de pasar por los lóbulos cerebrales, hasta el nivel consciente en los humanos. Y esa es la “realidad” de cada individuo, quedando otras asambleas neuronales, que no logran similar consenso y permanecen como perdedoras a nivel inconsciente, sin alcanzar la conciencia ni la consciencia, pero con la capacidad de cambiar de estatus según se alteren algunas de las condiciones de la interacción, tanto internas como también cerebro/ medio ambiente (the Tuner/the wholeness), en cuestión. Modelo biológico Este proceso es fácil de identificar si analizamos lo que sucede en el proceso de crecimiento de cualquier ser vivo: Al momento de nacer solo contamos solo con los reflejos básicos que nos permiten sobrevivir – que no son pocos, ni menos sencillos -, así tenemos en los humanos los mecanismos respiratorios, las funciones cardíacas, digestivas, la succión propia de los mamíferos, etc., etc. En esos momentos, si bien abrimos los ojos, no interpretamos lo que vemos, ni entendemos lo que nos dicen, ni somos capaces de coordinar el menor de los movimientos, etc., etc., pero poco a poco. con el pasar del tiempo y de las experiencias, en forma totalmente inconsciente o automática o involuntaria, vamos tomando paulatina conciencia de lo que nos rodea , al principio torpemente, con mas errores que aciertos, pero siempre – salvo problemas ajenos a nuestra voluntad, como accidentes o enfermedades no atribuibles a nuestro albedrío o “free will” – mejorando nuestra perfomance hasta llegar luego de años a integrarnos debidamente a la vida de los adultos en nuestra comunidad. Es en todo este proceso donde creo que cabe muy apropiadamente la explicación de Dennett. Si un cerebro no cuenta con experiencias anteriores, ¿de que manera evalúa como proceder a continuación?: evidentemente, todo el conocimiento anterior, todo lo cultural, toda la nueva estructura neuronal conformada paulatinamente sobre la estructura cerebral innata (con todos sus aciertos, errores, accidentes o anomalías propias) por la experiencia cotidiana, es la base de nuestro comportamiento…ahora y siempre. El cerebro es el que decide A esto habría que agregar recientes investigaciones de los especialistas en neurociencias y comportamiento humano: el Dr Benjamín Libet (Chicago, Illinois, 12 de abril de 1916 - 23 de julio de 2007) destacado neurofisiologista americano, el Dr. Wolf Singer, Director del Instituto Max Planck de Investigaciones sobre el Cerebro, Frankfurt, Alemania, y otros que demostraron que el cerebro toma las decisiones en aproximadamente unas dos o tres centésimas de segundo antes de la toma de consciencia que se produce en el hemisferio correspondiente. O sea, en coincidencia con lo expresado en el párrafo anterior: el proceso que se manifiesta o conoce como “free will” o propia voluntad, se concreta a partir de un modo absolutamente material, natural y podríamos decir automáticamente por interacciones neuronales. Cada una de estas interacciones neuronales son inconscientes e involuntarias en sí mismas, como por ejemplo: la generación de neurotransmisores (distintos tipos de sustancias bioquímicas como la noradrenalina, la acetilcolina, la dopamina, las encefalinas, las endorfinas, etc.) que se forman en las sinapsis de interacción entre las neuronas por acción de las señales electroquimicabiológicas recibidas en la red neuronal desde el entorno exterior. Estas señales generan a su vez diferentes potenciales de acción, que son los que finalmente disparan las acciones “emergentes” que describen los últimos experimentos científicos: memes, ideas, movimientos, pensamientos, sentimientos y todo lo que somos capaces de decidir (¿se arriesga a decir “voluntariamente”? Perspectiva cuántica Craso reduccionismo sería suponer que cada interacción comienza y termina en cada experiencia, situación, medición u observación consciente y particular que nuestros limitados sentidos nos permiten apreciar, sin considerar las restantes e infinitas influencias externas al suceso en cuestión, que por su pequeñez no son tenidas en cuenta en el nivel de análisis cotidiano o macroscópico, pero que la Física Cuántica se encarga de señalarnos que existen y son justamente estas pequeñísimas diferencias o diferenciales, con su indeterminación e incertidumbre asociada, lo que nos permite escapar del reduccionismo absoluto que el sentido común parecía indicarnos en un primer análisis. Quizá a esto se refería David Bohm cuando dividía el orden total en explícito e implícito. Justamente todo lo que escapa a nuestra percepción directa e indirecta actual constituye lo que apropiadamente conocemos históricamente como el “mas allá” de nuestros antepasados, desde la furia de los cielos y el firmamento, hasta las actividades de las partículas virtuales que parecen emerger mágicamente del vacío por desconocidas fluctuaciones cuánticas . La extremada complejidad del ser humano (recomiendo enfáticamente la lectura de D. R. Hofstadter, en su maravillosa obra: “Escher, Godel y Bach, un grácil y eterno bucle”) impide llevar la metáfora más allá de esos primeros pasos o interacciones propuestas y menos suponer que el complejo comportamiento humano pueda explicarse sólo por esos primeros niveles de interacción elemental. Cerca de quince mil millones de años - por solo mencionar el período conocido o pretendidamente conocido de la evolución de nuestro universo – ponen su sello en cada versión genética que nos toca en suerte y las posteriores e infinitas interacciones con el medio ambiente, con su acopio permanente y constante de nuevas “propiedades emergentes” a cada nivel de interacción, vuelven ilusoria esa pretensión. Cerebro y sintonizador electromecánico También se objeta la parábola o metáfora del sintonizador electromecánico respecto al cerebro (ojo, incluyo en esta metáfora todo el Sistema Nervioso Central o SNC), argumentando que un sintonizador de esta especie no produce novedades, no inventa nada a diferencia de lo que sí hace nuestro SNC, pero debo aclarar que, en el caso de mi metáfora/ artefacto, se trata de un sintonizador biológico que al modo de los cerebros/sintonizadores de cualquier animal primitivo, se la han apañado bastante bien para – con sus procesos absolutamente biológicos – “inventar” sus sucesores más evolucionados, creando por evolución natural la emergencia de nuevas versiones o réplicas de si mismos, surgidas azarosamente mediante mutaciones que luego la indiferente selección natural se encargó de mantener vigentes durante un lapso que fue función de otras mas azarosas aún circunstancias externas a ese organismo. Muchas y diferentes especies evolucionaron con mayor o menor éxito en la conocida historia de nuestro planeta, casi podríamos decir que lo hicieron sin pena ni gloria. Sin embargo, estaríamos siendo bastante injustos con la trascendencia de cada espécimen que existió en nuestro pasado, ya que si hemos de creer en los infinitos derroteros que nos propone la TC (teoría del caos) y las consecuencias de lo que conocemos como “efecto mariposa” (el aleteo de una mariposa en Sumatra puede producir un tifón en el océano atlántico), es posible pensar en la “necesidad” de cada partícula que existió y existe en esta versión del universo que compartimos Ud y yo. Cuando digo biológico quiero significar todo el acervo ancestral que la evolución fue produciendo caso por caso, paso por paso, siempre en cumplimiento estricto de leyes naturales, partiendo del magma original y que está plasmado en cada partícula de semen o de óvulos que contiene toda la información codificada para producir, nuevamente: mediante interacciones entre ellos y también con el medio o entorno que los rodea, no sólo el cuerpo de sus descendientes y sus características, sino también el comportamiento de todos sus descendientes, los descendientes de sus descendientes y todos los descendientes de los descendientes de sus descendientes, obviamente en interacción permanente con su medio ambiente y sujetos también a las sucesivas mutaciones y el proceso selectivo de la evolución desde el magma primigenio a los primeros átomos, a las bacterias, pasando por las pulgas, los monos y de estos a los seres humanos. Memoria activa Complementariamente y quizás como una esperanza nada desdeñable, debemos agregar que los seres humanos no acumulan pasivamente datos en su memoria. Continuamente, y sin saber exactamente como o porqué, los cerebros de los individuos no se conforman con “lo que es” o “lo que hay” que nos brinda la tarea neuronal comparativa entre la nueva información que llega y la ya existente en nuestros registros, porque no podemos captar realmente que “es” sin tratar de ir natural e inconscientemente, más allá, planteando inéditas e hipotéticas alternativas que no parecerían estar siempre justificadas como plausibles cursos de acción voluntaria. Será algún mecanismo similar a la “selección natural” darwiniana la encargada de dirimir en cada individuo la mayor o menor factibilidad de cada una de ellas entre los infinitos universos posibles. Queda claro entonces que no pretendo explicar el comportamiento humano como exclusivo producto de las interacciones entre partículas subatómicas conocidas, sino en todo caso observar y destacar que este nivel de relaciones es el más elemental que permiten los conocimientos actuales de la humanidad y que dejan abierta la sospecha de: a) la posible o potencial existencia de una “realidad” más profunda de la naturaleza que nos muestra la increíble TC, a la cual todavía aún no hemos accedido o comprendido en plenitud, y b) una creciente complejidad evolutiva en las interacciones nivel por nivel (átomos, moléculas, células, etc, etc.) con propiedades novedosas (emergentes) en cada uno de ellos, e imprevisibles según los datos y conocimientos disponibles en el nivel anterior.


Conciencia y conocimiento En síntesis, espero aportar un mecanismo de explicación metafórica de cómo surge la conciencia y el conocimiento en los seres vivos, así como finalmente también la consciencia en los humanos, producto de interacciones que se presentan en este, nuestro universo, como parte de una naturaleza mayor – el “Todo” (the Woleness) - a la que vamos conociendo a medida que evolutivamente interactuamos con ella. No aventuro juicios sobre finalidades o teleologías desconocidas y menos sobre comportamientos de individuos tan complejos como somos los seres humanos. Sólo pretendo llamar la atención sobre el hecho irrefutable de que el actual alcance de nuestros conocimientos no presentan otros mecanismos ontológicos que justifiquen fanatismos de ninguna clase y sí, en cambio, una mayor humildad. Creo firmemente que muy difícilmente la ciencia nos dé todas las respuestas sobre la naturaleza de las cosas, la “realidad” y nuestra relación con ella, pero tengo la esperanza que la evolución nos lleve por ese interesante camino, en tanto mantenga el valor de la duda como elemento generador de impensadas y justificadas emergencias y evite el paralizante estigma del dogma. En la compilación del texto he intentado mantener un desarrollo cronológico de cómo surgen en los humanos las crecientes facultades cognitivas, hasta la aparición de la consciencia como fenómeno emergente inédito (quizá entre otras causas, por el crecimiento en tamaño y funcionalidad del cerebro, nuevas estructuras o posiciones de huesos como el eoides, el esfenoides que permitieron la aparición del lenguaje simbólico y este las abstracciones, etc.) en nuestro universo conocido. Lenguaje y realidad Tan rápido es el continuo avance de la evolución y el conocimiento del funcionamiento de nuestro cerebro, que en la misma mañana que estoy revisando el manuscrito original de este resumen, recibo, también por Internet en la página “Tendencias Sociales”, la información de un artículo o comunicado de la Universidad de Chicago, donde se informa que estudios realizados por varios investigadores de esa Universidad y la de Berkeley, California , parecen demostrar y confirmar que el lenguaje que hablamos afecta nuestra percepción de la realidad y en particular lo que percibimos en la mitad derecha del campo de percepción. Esto que a primera vista parece algo increíble, cobra sentido cuando pensamos que el procesamiento del lenguaje se realiza preponderantemente en el hemisferio izquierdo del cerebro que como sabemos es el que recibe directamente la información del campo visual derecho. Las pruebas experimentales realizadas muestran claros indicios de la participación del lenguaje en la interpretación de la “realidad” que ven los individuos de diferentes culturas estudiados. Ampliando esta flamante información, digo entonces que es posible sospechar que la “realidad” que hoy conocemos puede no ser todo lo que existe, que pueden existir otros elementos del Todo (the “Wholeness”) (para nuestro presente: año 2009 dC) que aún no han interactuado con nuestros sentidos, quizás por no requerirlo hasta el momento nuestra rama evolutiva- al menos la versión que escribe hoy este texto: yo, y Ud. que lo está leyendo en este momento - y por lo tanto no se han incorporado a nuestro conocimiento y especulaciones actuales. Por ejemplo, hay candidatos a emerger próximamente, aunque parciales y quizás sólo válidos para nuestro universo, que se han perfilado fuertemente entre los astrónomos, físicos y cosmólogos en estos últimos años. Uno es la enigmática “masa oscura”, que algunos cálculos sitúan entre 4 y 5 veces la suma de toda la masa conocida (bariónica), como factor y valor necesario para que “cierren” ciertos números de lo que se conoce como “Modelo Estándar” y también la “energía (?) oscura” responsable del movimiento aparentemente acelerado con que se expande el universo conocido, que casi cuadriplica el valor de las dos masas mencionadas anteriormente. Aumento de capacidad Digo también que el hombre reconoce sólo una parte del “Todo”, porque es obvio y evidente que constantemente, día a día, se agregan cosas a su “realidad”, a su conciencia, su consciencia y al conocimiento general, en un proceso evolutivo que ya - casi - nadie discute a pesar de las dudas sobre su origen. Sobre este presumido aumento permanente de nuestra capacidad de comprender la naturaleza, de “sintonizar” el “Todo”, cabe – entre otras - una reflexión curiosa, enigmática o paradojal, que podemos resumir en un comentario contradictorio a primera vista. Parecería que cuanto mas conocemos del “Todo” más aumenta nuestra ignorancia, o expresado de otra forma: por cada respuesta que obtenemos a una pregunta, surgen varias nuevas preguntas, u otra forma extrema de expresarlo: a medida que se amplía el campo de nuestros conocimientos, nos damos cuenta que lamentablemente es mayor aún el horizonte de nuestra ignorancia..., de allí mi duda sobre lo que podemos presumir. Algo similar, pero dicho en otra forma, a lo que expresaba el filósofo aleman Karl Popper cuando decía: Nuestro conocimiento es finito, nuestra ignorancia no. Empleando una expresión de nuestro argot o lunfardo futbolero: “la evolución nos corre permanentemente el arco”... y esto realmente causa un cierto escozor. Podemos entonces completar el pensamiento de K. Popper agregando que si bien nuestro conocimiento es finito, por el momento el mismo es creciente y parece no tener límites. Sabemos por propia experiencia que existe al menos un universo - el nuestro - formado en la singularidad que conocemos como “Big-Bang” y que evolucionó, entre otras emergencias, hasta uno de esos tipos de fenómenos con conciencia, consciencia y conocimiento de una parte del “Todo”, que identificamos como ser humano, homo Sapiens Sapiens, hombre, en fin, nosotros, los “sintonizadores” de parte o fracción del “Todo”con la que, entre otras interesantes cosas, conformamos algo que definimos como la “realidad” y somos (quizá solo en parte) conscientes de ello. La “realidad” que conocemos, que percibimos y aceptamos como tal, la “realidad” del universo físico, es experimentada y reconocida por nosotros a través de varios conductos: vemos algo con nuestros ojos, oímos algo con nuestros oídos, olemos algo con nuestra nariz, tocamos algo con nuestras manos o el roce de nuestra piel, y luego que estas diferentes señales, interacciones elementales o cadenas de interacciones con el mundo exterior, son procesadas en alguna parte y forma por nuestro cerebro/sintonizador, decidimos que hay, conocemos, sentimos, o sabemos “algo”; en síntesis: con ese tipo de experiencias y otras similares vamos conformando la “realidad”. Interacción sensorial No hay evidencia científica alguna sobre ninguna otra clase de interacción elemental de nuestro cerebro con el mundo que nos rodea; hablando seriamente no se ha demostrado, a pesar de lo mucho que se ha buscado, la existencia de ninguna forma de comunicación extrasensorial, telepatía, o esoterismos similares, que en caso de existir también se tratarían de interacciones. Es decir, científicamente hablando, son solamente nuestros sentidos los que interaccionan con algunos elementos del mundo exterior o medio ambiente que nos rodea, generando determinadas señales que transmiten a nuestro cerebro; pero de la única forma que conocemos y somos conscientes de ese “algo” u objeto externo, es a través del posterior procesamiento neural (o mental, si Ud. prefiere) de esas señales en el interior de nuestro cerebro/sintonizador. Conviene reiterar y resaltar que si bien nuestros sentidos reciben desde el mundo exterior diferentes tipos de señales: ondas/fotones de luz en nuestros ojos, ondas de sonido o vibraciones del aire en nuestros oídos, vapores, gases o suspensiones aéreas de moléculas en nuestra nariz, soluciones líquidas en nuestra boca y lengua o contactos de nuestra piel con diferentes cuerpos y superficies, etc, etc, ninguna parte, “partícula” u onda de esos cuerpos, substancias, objetos, o cosas externas, ni una brizna, ni una imagen, ni un sonido o un olor, ningún átomo o molécula alguna del objeto exterior , llega como tal directamente a nuestro cerebro/sintonizador. Sólo se trata de interacciones, una cadena de interacciones electrobioquímicas a lo largo de los conductos de nuestro SNC, que obviamente incluyen el nivel cuántico con toda su parafernalia de incertidumbres e indeterminaciones. Así el sonido, los olores, los sabores, los colores, etc, etc, tal y como los percibimos, no existen en el mundo exterior a nosotros, son interacciones del medio ambiente exterior con nuestros sentidos, llamémosle percepciones y sensaciones – por ejemplo los qualia - que se concretan y reconocemos como tales en nuestro interior, en una sucesión o cadena de interacciones de tipo electrofisicobioquímicas de transmisores, diferencias de potencial, sinapsis, generación de neurotransmisores y otros muy específicos fenómenos - en última instancia todos ellos físicoquímicos - en serie, en paralelo y quizás holograficamente, conformando nuestra conciencia y posterior consciencia, al interactuar las ondas/ partículas (ondas de presión de aire, radiaciones de materia y/o energia, distintos átomos y moléculas, etc, etc) de ese mundo o medio ambiente exterior, con los correspondientes terminales nerviosocuánticas de nuestros sentidos. Niveles neuronales cuánticos Si bien es mucho lo que han progresado las neurociencias en la comprensión de este fenómeno, todavía falta recorrer un largo camino para decir que conocemos todos los detalles de este mecanismo, pero ya no caben dudas de que la actividad neuronal y sus consecuencias tienen o admiten una explicación racional que incluye los niveles cuánticos de interacción y las consecuentes indeterminaciones, solapamientos e incertidumbres. Hay todo un sustrato o correlato físico que se va especificando cada día mas a través de la evolución del conocimiento científico, que relaciona la actividad mental, nuestras abstracciones, pensamientos, sentimientos y sensaciones, con determinados elementos concretos del cerebro. Como lo expresa más espiritualmente pero con el mismo razonamiento, el ya mencionado y conocido químico suizo de Laboratorios Sandoz, Dr. Albert Hoffman (descubridor casi accidental del LSD y explorador de lo que hoy se conoce como “estados alterados de conciencia”): ......Siempre tenemos un impulso exterior, quizás químico si comemos algo, y esta química en mi interior produce un impulso que llega hasta el cerebro y mi mente dice: "dulce, dulce...". Así, toda esta conexión entre el mundo material y el espiritual sucede en nuestro cerebro, en los centros del cerebro. Hasta ahí podemos reseguir las ondas energéticas que vienen del exterior... pero ahí empieza el mundo espiritual porque, por ejemplo, el sonido no existe en el exterior, allí sólo existen vibraciones de aire, el sonido tal y como lo percibimos es espiritual, lo mismo con los sabores y las imágenes...” Nada, absolutamente nada, del mundo exterior a nosotros, ni ondas ni partículas, entra o es procesado o interacciona en forma directa con nuestra mente o cerebro, sólo se trata de la transmisión y procesamiento de codificadas señales electrobioquímicas específicas y bastante bien conocidas, producto de las interacciones de nuestro sistema sensorial (el sintonizador) con una parte discreta del mundo ó medio ambiente exterior (el algo, fracción o parte del Todo) ..., de nuevo: sólo una cadena de interacciones, natural, genética y ontológicamente predeterminadas, pero expuestas también naturalmente a las por el momento indeterminadas y superpuestas variaciones aleatorias que nos proponen las fluctuaciones cuánticas. Realidad virtual y artificial A tal punto ha llegado el conocimiento de las dos primeras etapas de este proceso, que ya la cibernética nos subyuga con sus posibilidades de “realidad virtual”, que poco o nada tiene que ver con objetos concretos del medio ambiente exterior, sino que son simplemente señales artificiales que imitan y reemplazan al proceso natural en dichas etapas. También en algunos centros médicos, son operaciones cotidianas los implantes cocleares donde un mazo de electrodos son conectados directamente al cerebro para remedar la audición del individuo afectado por cierto tipo de sordera y similares esfuerzos se están realizando para lograr la visión artificial o, en el sentido eferente, lograr mover objetos con el pensamiento a través de circuitos eléctricos conectados directamente o vía inalámbrica entre el cerebro y algún tipo de robot, una vez codificadas las señales motoras desde el cerebro del individuo. En síntesis, para obtener nuestra “realidad” (ya sea esta concreta o virtual), lo único que necesitamos es recibir la correspondiente señal codificada para ser procesada en los diferentes sectores de nuestro cerebro. De estar este funcionando correctamente (sinapsis, potenciales, neurotransmisores, etc.), obtendremos conciencia de dicha experiencia como es el caso de cualquier animal, pero gracias a los lóbulos frontales, temporales, la corteza cerebral y sus diferentes áreas (Wernike, Brocca, etc) exclusivos de nuestra especie, obtendremos también consciencia, debido a una interacción electrobioquímica posterior y redundante, con la posibilidad no sólo de generar como respuesta movimientos y acciones eferentes, sino que además surgen ideas, conceptos, memes, etc. a través de interacciones neurales redundantes o los diferentes correlatos fisicoquímicos correspondientes (verdaderos circuitos o conjuntos de circuitos claramente expuestos mediante resonancia magnética funcional y otros modernos dispositivos de detección) a cada caso, que las ciencias neurobiológicas se empeñan afanosamente en descifrar por estos días. Resumiendo, podríamos decir o pensar que nuestro cerebro – o nuestra mente, si lo prefiere – nos engaña, nos presenta una “realidad” cuestionable, por decir lo menos; sin embargo creo que seríamos más justos si aceptamos que nuestra capacidad de apreciar la “realidad total”(el Todo, the Wholeness o los infinitos Universos Paralelos) es limitada, está acotada por la capacidad de las interacciones, directas o indirectas, que puede establecer nuestro cerebro - mente o SNC, si Ud. prefiere – con ese Todo o Wholeness exterior a nosotros. Hoy sabemos que hay sonidos que no podemos escuchar, partículas u ondas que no podemos ver, olores que no podemos percibir, sabores que no podemos gustar, etc. etc., así como un sintonizador de radio es incapaz de “percibir” las señales de TV o de telefonía móvil y viceversa. Como diría nuestro inefable y ex - gran tenista Gastón Gaudio: “es lo que hay”…paciencia. Ah , mente es el concepto o palabra que representa lo que hace el cerebro. Oscar Antonio Di Marco Rodriguez es Ingeniero químico, Profesor Titular de la Universidad Técnica Nacional de Argentina y Director de cursos de postgrado de Ingeniería en la citada Universidad. Autor del libro Borges, teoría cuántica y universos paralelos

Es necesario cambiar la forma de pensar

Se necesita un nuevo tipo de pensamiento complejo, a la vez sistémico, multidimensional y ecológico que tenga en cuenta la dinámica del Todo
El pensamiento está “situado”, “enraizado” dentro de un determinado paradigma temporal. Se necesita un nuevo tipo de pensamiento “complejo”, a la vez sistémico, multidimensional y ecológico que tenga en cuenta la dinámica del Todo. El pensamiento está entrelazado con el sentimiento, la sensación, la emoción y la acción. Por Sergio Moriello.

El pensamiento se define como la acción y el efecto de pensar; mientras que pensar es el establecimiento de nexos y de conexiones asociativas entre diferentes ideas o conceptos. Tal es así que todo pensamiento habitual, cotidiano, consiste en varios pensamientos simples entramados [Machado, 1976, p. 76]. En efecto, los pensamientos son inseparables y forman una trama continua, una inmensa red de interacciones; unos se remiten sobre los otros y cada cual implica al otro. Y se adaptan y cambian para ajustarse a las exigencias del entorno… Es que, en realidad, sólo se tiene un gran pensamiento con muchísimas ramificaciones [Bateson, 1998, p. 51]. Por último, el pensamiento está “situado”, “enraizado” dentro de las particulares circunstancias sociales, culturales, institucionales e históricas del propio pensador [Craig, 2002, p. 80]. En otras palabras, el pensamiento está condicionado por un conjunto de factores: por la propia experiencia pasada, por las generaciones previas, por la sociedad actual, por el grupo étnico de pertenencia, por la religión imperante, por el lenguaje utilizado, por los medios de comunicación, por la educación recibida y por las circunstancias del momento. De allí que los términos “modo de pensar”, “paradigma”, “perspectiva” y “visión del mundo” muchas veces sean sinónimos [Battram, 2001, p. 91]. El paradigma reduccionista El paradigma que se originó en la Europa renacentista (siglo XVII) y que prevaleció sobre la cultura occidental, fue el “reduccionista”, también llamado “clásico” o “mecanicista”. No sólo ejerció su influencia sobre la ciencia y la tecnología, sino también sobre la educación, la economía, la política y las organizaciones. En esencia, utiliza la metáfora del reloj y percibe la naturaleza como lo hace un relojero: un reloj es un objeto que se puede armar y desarmar a partir de partes (agujas, carcaza, resortes y engranajes). Es decir, opera por medio de la desarticulación y la jerarquización, separando lo “significativo” de lo “insignificante”. Se trata de un paradigma donde lo que se considera real es todo aquello que es material, tangible, que impresiona los sentidos físicos, que puede medirse… Sintéticamente, este acercamiento postula la creencia en [Esteves de Vasconcellos, 2006, p. 65, 68/9]: 1. La “simplicidad”, o sea, la creencia en que cualquier sistema puede comprenderse más fácilmente si se lo descompone hasta llegar a sus partes más básicas, a sus elementos componentes; y de que es posible recomponer el sistema por “simple” interconexión de múltiples relaciones sencillas, fijas y rígidas entre sus elementos. Este presupuesto también incluye la creencia en que las interrelaciones son simples [lazos causales lineales del tipo una (sola) causa genera siempre un (mismo) efecto (y directamente proporcional)] y en la perfección (no hay lugar para lo contradictorio, lo dicotómico, lo ambiguo o lo difuso). 2. La “estabilidad”, es decir, la creencia en que la Realidad es externa, existe previamente desde siempre, ya está fijada y acabada (en el sentido de ser inmutable) y es una y la misma para todos. Relacionada con ella, está la creencia en el orden (posibilidad de prever los fenómenos, determinismo) y en la reversibilidad (posibilidad de controlar dichos fenómenos). 3. La “objetividad”, que hace referencia a la creencia de que es posible conocer objetivamente la Realidad tal como es. A partir de allí se efectúan los esfuerzos para alcanzar al uni-¬verso, la versión “única” del conocimiento. Aunque estas creencias han funcionado adecuadamente bien para la comprensión y el control del medio ambiente, se las considera falsas si se las analiza en un grado más profundo. Es por eso que comenzaron a mostrarse cada vez menos satisfactorias a medida que el Hombre se topaba con problemas cada vez más complejos, multidimensionales, dinámicos y globales. En síntesis, la Realidad no se presenta dividida en procesos aislados y estables (físicos, químicos, biológicos, psicológicos o sociales), sino que cada uno de ellos se halla inseparablemente entretejido con los demás. Así, por ejemplo, en un proceso social, coexisten –al mismo tiempo– procesos psicológicos, fisiológicos, anatómicos, biológicos, químicos, físicos, etc. El paradigma sistémico-cibernético A fin de tratar de entender la Realidad de forma más adecuada, se necesita un nuevo tipo de pensamiento “complejo”, a la vez sistémico, holístico, multidimensional y ecológico; más global (menos local), más circular (menos lineal) y más integral (menos parcializado). Que tenga en cuenta el contexto, las interconexiones, las estructuras y los procesos, la dinámica del Todo. Complementario con el “viejo”, este “nuevo” pensamiento se focaliza en las interrelaciones (en vez de las separaciones), en las interdependencias (en vez de las concatenaciones causa-efecto) y en lo entramado (el juego dialéctico de las múltiples inter-retroacciones). Acentúa la idea de movimiento, de flujo, de proceso en permanente construcción y reconstrucción (en vez de instantáneas de la situación). Gracias a la aproximación sistémico-cibernética, se puede pasar [Esteves de Vasconcellos, 2006, p. 101/2]: 1. Desde el presupuesto de la “simplicidad” hacia el de la “complejidad”. El reconocimiento de que no existe lo simple sino lo simplificado; es necesario admitir la interrelación y profunda interdependencia dinámica y simultánea en todos los niveles y dimensiones de la Realidad. De ella surge, entre otras, la actitud de contextualizar, el reconocimiento de la causalidad múltiple y recursiva y la aceptación de lo ambiguo, lo difuso y lo contradictorio. 2. Desde el presupuesto de la “estabilidad” hacia el de la “inestabilidad”. El reconocimiento de que la Realidad no es inmutable sino un proceso, que cambia y se transforma continua y permanentemente, auto-organizándose. De ella surge la consideración del caos (imposibilidad de prever algunos fenómenos, indeterminismo) y de la irreversibilidad (imposibilidad de controlar dichos fenómenos). 3. Desde el presupuesto de la “objetividad” hacia el de la “intersubjetividad”. El reconocimiento de que la realidad no existe sin alguien que la perciba y la interprete, y de que el conocimiento de ella es un proceso de construcción social dentro de espacios consensuales. A decir verdad, el hecho de que varios o muchos compartan las mismas percepciones (incluso al punto de no generarse ninguna controversia práctica) no implica que perciban la Realidad; sólo se puede concluir que perciben aproximadamente lo mismo (pues comparten tanto la estructura biológica como los modelos mentales de su comunidad) [Echeverría, 1995, p. 70/1]. En definitiva, y sólo por cuestiones pragmáticas, “objetividad” es el modo cómo se denomina a la intersubjetividad cuando existe consenso entre muchos observadores [Guibourg, 2004, p. 46]. Aquí se evidencia la importancia del lenguaje y de la comunicación. El pensamiento complejo En la actualidad se verifica una falta de adecuación –cada vez mayor, grave y profunda– entre los conocimientos (divididos, fragmentados, parcelados, encasillados y compartimentados en disciplinas) y los problemas (interdependientes, transdisciplinarios, multidimensionales, transnacionales y planetarios) [Morin, 2001, p. 13] [Morin, 1999, p. 15]. Para el filósofo y político francés Edgar Morin, existen tres principios que ayudan a achicar esta brecha: 1. “El principio dialógico”, que asocia y une dos conceptos a la vez complementarios y antagonistas, pero indisociables y conjuntamente necesarios. Por ejemplo, el orden y el desorden que –en general– se rechazan, pero –en ciertos casos– colaboran y generan organización y complejidad. 2. “El principio de recursividad”, que se contrapone a la idea lineal de causa-efecto, de producto-productor, de sistema-supersistema, ya que el todo constituye un ciclo auto-constitutivo, auto-organizador y auto-productor. Es un lazo cerrado en el cual los productos y los efectos son –ellos mismos– productores y causadores de lo que los produce. Por ejemplo, la sociedad es producida por las interacciones de las personas que la componen, pero la sociedad –una vez producida– retroactúa sobre dichas personas y las produce. 3. “El principio hologramático”, que evidencia que no sólo la parte está en el todo, sino que el todo está en la parte. Por ejemplo, cada célula que compone a un organismo tiene la totalidad de la información genética de ese organismo. 4. Pero los tres principios interactúan, a su vez, entre sí: el dialógico está conectado al hologramático que está ligado, a su vez, al de recursividad organizacional que está, a su vez, relacionado al dialógico… desde el cual se partió. .
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Unidades conceptuales complementarias El pensamiento basado sobre el nuevo paradigma complementa al pensamiento reduccionista. Se focaliza en las interrelaciones, en las interconexiones y en las interdependencias, en las causalidades múltiples y en las realimentaciones. Es que ningún fenómeno de la Realidad tiene una única causa; las relaciones causales constituyen una enorme trama y en esa inmensa red –con múltiples caminos y muchísimos elementos– sólo las conexiones más próximas (tanto en el tiempo como en el espacio) pueden asimilarse a una cadena lineal y unidimensional de causas y efectos [Riedl, 1983, p. 166]. Este tipo de pensamiento posee una estructura dinámica siempre abierta, en permanente construcción y reconstrucción que se auto-organiza a partir de sus nuevas conexiones y relaciones. Como habitualmente se encuentra en estado de equilibrio inestable, todo nuevo concepto o idea modifica las anteriores y/o posibilita la generación de discontinuidades y cambios bruscos, estallidos ocasionales que el entorno confirma o refuta, conserva o destruye; o sea, selecciona. Por eso, el nuevo pensamiento debe afrontar y aceptar lo difuso, lo borroso, lo inesperado, lo imprevisible, la incertidumbre, la contradicción… Por otro lado, los pensamientos están profundamente entrelazados con los sentimientos y las acciones. Lo que uno piensa influye directamente en cómo uno siente y actúa, de la misma forma que un pensamiento y una acción modifican los sentimientos o como las acciones y los sentimientos generan variaciones en los pensamientos. A decir verdad, la experiencia humana es un único movimiento, un todo indivisible, no existe separación. Sólo desde el punto de vista pedagógico pueden distinguirse diferentes procesos. De esta forma, primero aparece la sensación, la cual provoca una emoción, que –a su vez– conduce a un sentimiento-pensamiento y a un estado de ánimo, para finalmente concluir en una acción. Así, cada acción genera un sentimiento-pensamiento y muchas veces aparece una emoción; así como cada emoción puede influir sobre el modo en que la persona piensa, siente y actúa. No se debe olvidar que, evolutivamente, las sensaciones y las emociones son anteriores a los sentimientos y a los pensamientos. Pensamiento y lenguaje Se puede decir que el pensamiento (y, en consecuencia, el sentimiento y la acción) depende del conocimiento y del lenguaje. Si se cuenta con poco conocimiento, el pensamiento se limita. Por eso la comunicación y el aprendizaje son tan importantes. En efecto, la mayor parte del pensamiento tiene un origen colectivo. Nadie puede sustraerse de la influencia del pensamiento ajeno que ayuda al propio pensar. Si bien cada persona piensa sola, de manera individual (y muchas veces individualista), también implica a los demás, ya que cada uno tiene incorporado una enorme cantidad de personas (pretéritas y presentes) que ejercitaron su pensamiento a lo largo de más de tres milenios. Por último, puede decirse que cualquier cosa que afecte el desarrollo del lenguaje también afecta al pensamiento y viceversa, pues están íntimamente ligados y se influyen de manera recíproca. Así, cuanto mejor sea el dominio del idioma que posea la persona, más ideas puede barajar su mente (y más si utiliza varios idiomas). De forma inversa, un escaso dominio del idioma dificulta expresar matices diferenciales finos de percepción, razonamiento, emoción, sentimiento y resolución de problemas que exigen alto grado de abstracción [Boyle, 1977, p. 64]. El lenguaje es el medio principal con el que el homo sapiens otorga sentido a su experiencia, con el que se comunica, intercambiando y compartiendo datos, información, conocimientos, ideas, experiencias, pensamientos, sentimientos, juicios, creencias, intenciones, etc. Pero se debe tener en claro que –al igual que el pensamiento– no se trata de un fenómeno individual, sino que es un fenómeno social: una única persona no puede generar lenguaje; éste emerge a partir de un proceso de interacción social [Echeverría, 1995, p. 343]. Como producto colectivo, está continuamente reconstruyéndose y complejizándose cada vez más, a medida que se acentúa la necesidad de comunicación por efecto de la globalización: surgen nuevas palabras y frases, otras se incorporan desde diferentes idiomas y, a menudo, se modifican los significados existentes de forma sutil. Sergio A. Moriello es Ingeniero en Electrónica, Postgraduado en Periodismo Científico y en Administración Empresarial y Magister en Ingeniería en Sistemas de Información. Lidera GDAIA (Grupo de Desarrollo de Agentes Inteligentes Autónomos, UTN-FRBA) y es vicepresidente de GESI (Grupo de Estudio de Sistemas Integrados). Es autor de los libros Inteligencias Sintéticas (Alsina, 2001) e Inteligencia Natural y Sintética (Nueva Librería, 2005).

El dualismo sería una categoría más de nuestra mente

La actividad científica no es compatible con hipótesis inmutables
Dualismo y emergentismo son temas recurrentes del discurso filosófico y teológico de nuestros días. Probablemente, el pensamiento dualista sea fruto de una predisposición innata a las antinomias localizada en el lóbulo parietal inferior izquierdo del cerebro. La neurociencia ha mostrado que es posible provocar experiencias espirituales (postura emergentista) y estos experimentos nos indican que el dualismo no es “real”, sino una categoría más de nuestra mente. La actividad científica no es compatible por tanto con hipótesis inmutables, por lo que todo lo que se dice en este artículo puede que esté equivocado. Por Francisco J. Rubia.

Recientemente han aparecido en esta misma revista digital artículos sobre emergentismo y dualismo que valdría la pena comentar. Estos artículos son de autores que están relacionados con la Cátedra de Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad de Comillas. Leyendo estos artículos, la primera impresión que se obtiene, al menos por mi parte, es que parece que se ha encontrado la piedra filosofal (lapis philosophorum) en un triple sentido: en primer lugar, haber encontrado una postura que pueda ser aceptada tanto por la ciencia como por la religión; en segundo lugar, una postura que pueda sustituir a un dualismo que ya se considera como algo obsoleto y que desde los órficos pasando por Platón, Pitágoras, Descartes, hasta el neurofisiólogo John Eccles nunca pudieron explicar satisfactoriamente la interacción entre alma y cuerpo, o espíritu y materia; y, finalmente, en el sentido místico, porque la piedra filosofal simboliza la transmutación de la naturaleza animal e inferior del hombre en la naturaleza divina. Respecto al dualismo ya planteé en otro lugar en esta misma página web que la neurociencia había podido avanzar en el estudio de las funciones mentales gracias a la superación del dualismo. De aquí puede deducirse que soy un enemigo de esta postura filosófica que divide el mundo en términos antitéticos. Sin embargo, también he sostenido en otro lugar mi convencimiento de que el pensamiento dualista es probablemente fruto de una predisposición innata a las antinomias y que, por esa razón, lo encontramos tanto en la mitología, como en la filosofía, en las ideologías, en la ciencia o en la religión. De acuerdo con ello, el pensamiento dualista sería algo así como una categoría kantiana, o sea una especie de anteojos que Eugene D’Aquili llamó “el operador binario” y que probablemente sea una estructura localizada en el lóbulo parietal inferior izquierdo del cerebro. Esta estructura sería responsable de nuestra capacidad lógico-analítica.
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Experiencias místicas provocadas Ahora bien, el cerebro es más que eso. La experiencia mística, por ejemplo, se caracteriza por no ser dualista. Supongo que el pensamiento dualista procede de la característica cerebral de ser sensible a los contrastes y no a las cantidades absolutas. Por tanto, siempre que seamos conscientes que esa forma de pensar no es la única y que es un instrumento más del análisis de la realidad por parte de nuestro cerebro, no caeremos en la trampa de considerar que la naturaleza es dualista, o lo que es peor, que las divisiones tajantes que suelen hacer las ideologías reflejan la realidad, lo que a lo largo de la historia ha tenido nefastas consecuencias. Quisiera aclarar que considero a la ideología como una cosmovisión terminada, acabada, de la realidad, y, por tanto, falsa. Los esfuerzos que desde la religión se hacen para ‘librarse’ del dualismo, son pues a mi entender inútiles. Porque supongamos que por lo que respecta al dualismo cartesiano no estemos de acuerdo en la separación cuerpo/alma o cerebro/mente; no obstante, sigue siendo un hecho que la existencia de un ser infinito es la antítesis de la finitud humana, planteamiento dualista si los hay. Y ¿qué decir del alma? En otro orden de cosas, la neurociencia ha mostrado que es posible experimentalmente, mediante estimulación electromagnética de ciertas regiones cerebrales, producir experiencias espirituales, incluso experiencias místicas, que el Prof. Núñez de Castro considera, como muchos otros entre ellos yo mismo, las experiencias religiosas más profundas. Estos resultados estarían de acuerdo con una postura emergentista, no dualista, en el sentido que tendríamos que hablar no de espíritu y materia, sino de algo así como “espiriteria”, contracción de ambas. A mi entender, los experimentos mencionados nos indican, repito, que el dualismo no es “real”, sino una categoría más de nuestra mente. Y quisiera tranquilizar a aquellos que lamentan que las experiencias espirituales provocadas experimentalmente surjan de la estimulación de estructuras del cerebro emocional. Tradicionalmente hemos pensado que las emociones son productos cerebrales de segunda categoría, comparados con las funciones mentales más excelsas. Otra actitud dualista que ha sido contestada por neurocientíficos como Antonio Damasio y Joseph LeDoux que han mostrado que el pensamiento es una expresión “de más alto nivel” (higher-order expression) del cerebro emocional. Sin etiquetas Quisiera expresar mi aversión por las etiquetas que, en muchas ocasiones, reflejan ese pensamiento dualista del que estamos hablando. En este sentido, llamar a una persona “materialista” o “espiritualista”, no sería otra cosa que llamarle “dualista cojo”, o sea que de la división entre materia y espíritu sólo considera una de ellas. En otros casos, suelen utilizarse esas etiquetas como armas arrojadizas para intimidar al contrario, como cuando se utiliza el término “reduccionista” para atacar a la ciencia. ¿Qué significa, por ejemplo, “trascendencia” en términos científicos, palabra que, por otro lado, en español está tan manida que se suele utilizar como sinónimo de importancia o relevancia? No quisiera terminar sin hacer un comentario sobre otra probable predisposición innata que denomino el “principio arqueteleológico”, que busca, de manera casi instintiva, en todo lo que observa, un principio y un fin. Una vez que presuntamente lo encontramos nos quedamos enormemente satisfechos. Sin duda, esta predisposición ha tenido algún valor de supervivencia a lo largo de la evolución. El descubrimiento del “Big Bang” es un ejemplo, aunque aún no sabemos si es una hipótesis que, ya me extrañaría, tuviese trazas de ser permanente. Otro ejemplo sería la búsqueda de un fin en la evolución de las especies, suponiendo que la idea decimonónica del progreso puede aplicarse sin más a ese proceso asumiendo que existe una evolución hacia lo más complejo, a pesar de que existen numerosos ejemplos de regresiones, que nos indican que hay también una evolución hacia lo más simple. De todo lo dicho me gustaría resaltar que la actividad científica no es compatible con hipótesis inmutables y que todo lo que he manifestado en este artículo puede que esté equivocado. La ventaja de la ciencia respecto a otras actividades humanas es que acumula conocimientos, a pesar de estar poniendo siempre en tela de juicio lo que se considera como cierto en un momento determinado. En este sentido, nada más lejano de la ciencia que las cosmovisiones acabadas, y por ende estáticas, de la realidad. Francisco J. Rubia Vila es Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, y también lo fue de la Universidad Ludwig Maximillian de Munich, así como Consejero Científico de dicha Universidad. Editor del Blog Neurociencias de Tendencias21.

Nuevos enfoques en el estudio de la mente

Se cuestiona el enfoque central de la Ciencia Cognitiva y la Inteligencia Artificial clásicas en favor de un modelo corporizado
La cognición se entiende hoy como una función de supervivencia que sirve para organizar el mundo experiencial del sujeto según sus propósitos, no para describir una realidad externa objetiva. Este nuevo paradigma científico ha dado origen a una Ciencia Cognitiva “corporizada” y a una “Nueva Inteligencia Artificial”. Ambas consideran a la acción –más bien que al pensamiento– como primaria. Su objetivo final es entender –y tratar de reproducir– cómo surgen los procesos cognitivos de alto nivel a partir de las interacciones de bajo nivel con el entorno. Y de ellas derivan los “sistemas cognitivos corporizados” (embodied cognitive systems) y, en particular, la “robótica basada en el comportamiento” (behaviour-base robotics), la “robótica situada” (situated robotics), la “robótica epigenética” (epigenetic robotics) y la “robótica evolutiva” (evolutionary robotics). Por Sergio Moriello.

El estudio de la mente humana comenzó hace varios siglos atrás, pero se aceleró hace relativamente poco tiempo con el inicio de la Ciencia Cognitiva (de ahora en más, CC). Por otra parte, la posibilidad de dotar a las máquinas con una especie de “protomente” (de forma más concreta, inteligencia) surge con el advenimiento de la Inteligencia Artificial (de ahora en más, IA). Quizás por casualidad, ambas disciplinas nacen en el mismo año: 1956 [Gardner, 1996]; es decir, hace casi 50 años. La CC es “el estudio teórico y experimental de los mecanismos de codificación, almacenamiento, manipulación y transferencia de la información en sistemas naturales y artificiales que aseguran de manera integrada funciones de percepción, razonamiento y producción” (producción, en el sentido de actuación, de ejecutar una acción visible) [Engel, 1993, p. 228]. Se trata de un esfuerzo interdisciplinario que toma elementos de la Filosofía, la Psicología, la Antropología, la Neurociencia, la Inteligencia Artificial y la Lingüística. Estudia fundamentalmente los procesos –y las estructuras– relacionadas con la mente humana. La IA, en cambio, “tiene por objeto el estudio del comportamiento inteligente en la máquina” [Nilsson, 2001, p. 1]. Se trata de una disciplina que basa sus raíces en la Ingeniería (Electrónica e Informática), en la Ciencia de la Computación, en la Lógica y en las Matemáticas. La IA y la CC Ambas disciplinas conciben al cerebro humano como una especie de mecanismo computacional biológico y postulan a la computadora digital convencional como su mejor metáfora funcional. Se basan sobre lo que Newell y Simon denominan “hipótesis del sistema de símbolos físicos”, el cual postula que un sistema de símbolos físicos posee los medios necesarios y suficientes para realizar una acción inteligente genérica [Rich y Knight, 1994, p. 6/7]. En otras palabras, la CC y la IA clásicas modelan a la materia gris como un dispositivo computacional físico –de muy alta complejidad– que procesa información operando sobre representaciones simbólicas internas a través de la aplicación secuencial de un conjunto de reglas almacenadas. Dichas representaciones codifican –en el nivel cognitivo– aspectos relevantes del mundo a fin de ser utilizables y las reglas transforman esas representaciones en otras nuevas [Duffy y Joue, 2000]. De esta manera, si todos los estados mentales (como creencias, pensamientos y conceptos) pueden describirse como operaciones sobre representaciones simbólicas, la actividad mental (razonamiento, planificación, toma de decisión) es equivalente a la ejecución de un algoritmo. Algunas limitaciones Sin embargo, ambas disciplinas tienen algunas restricciones claves. La CC clásica no considera el nivel biológico-neurológico ni el social-cultural y tampoco presta mucha atención a los procesos emocionales ni a los contextuales. La IA clásica, en cambio, presenta los problemas de “escalamiento” (los procedimientos que trabajan bien en escalas reducidas no siempre se comportan igualmente bien aplicados a versiones más grandes del mismo problema), de “marco” (cómo representar los hechos que cambian y aquellos que no lo hacen), de “falta de comprensión” (sus productos manejan símbolos que reconocen pero no comprenden) y de “sentido común” (esa elevada riqueza de conocimientos y comprensión inmediata del mundo, producto de la experiencia acumulada durante millones de años). Asimismo, ambas describen y sintetizan algunos procesos mentales de “alto nivel” (como la cognición, el lenguaje y el razonamiento), subestimando los de “bajo nivel” (como la percepción, el movimiento y la interacción con el mundo real) en la generación de la conducta inteligente. Además, el procesamiento simbólico se encuentra localizado: la pérdida o mal funcionamiento de cualquier símbolo o regla puede terminar en un daño catastrófico [Ojeda, 2001]. Por último, este tipo de máquinas sólo puede procesar un tipo particular de símbolos: aquellos pertenecientes a un lenguaje formal sistemático, a un lenguaje lógico-matemático. El hombre, en cambio, es capaz de utilizar lenguajes descriptivos: sus elementos son palabras, nombres. En otros términos, una máquina de IA clásica puede resolver solamente un subconjunto de los problemas que el hombre enfrenta, aquellos representables en un lenguaje sistematizado. La Robótica clásica En cuanto al paradigma del control para los robots, la principal desventaja del acercamiento a la IA clásica es que el razonamiento explícito acerca de los efectos producidos por las acciones de bajo nivel son demasiados caros computacionalmente y consumen mucho tiempo como para generar un adecuado comportamiento de tiempo real en ambientes dinámicos complejos [Russell y Norvig, 1996, p. 831]. Es así que los robots clásicos son generalmente frágiles, en el sentido que no toleran muy bien el ruido en las señales entrantes y no pueden adaptarse a aquellas nuevas situaciones que no fueron previstas por su programador. El mundo real no puede modelarse de manera confiable ya que es inabarcable y cuenta –además– con propiedades dinámicas e inciertas: se encuentra lleno de sorpresas. Muchos de los problemas que los humanos resuelven cotidianamente parecen tener una inmanejable complejidad computacional para los sistemas diseñados en el marco de la IA clásica [Florian, 2003]. Un nuevo paradigma La metáfora postulada por la CC y la IA clásicas es tentadora y –hasta cierto grado– fructífera, pero es válida sólo a un nivel relativamente abstracto, por lo que tiene una utilidad muy restringida. El modelo “des-encarnado” (desembodiment) y “des-situado” (desituated) de una computadora digital que procesa únicamente información estructurada y programada de antemano, sin interacción con el medio ambiente, no explica de forma adecuada el éxito adaptativo de muchas criaturas [Queiroz, 2000] [Ripalda, 2005] [Maccari, s/d]. El sistema cerebro-mente biológico procesa la información de un modo distribuido y está organizado de manera mucho más maleable y adaptable que una computadora secuencial, ya que funciona con relación al contexto y se modifica con cada nueva percepción y acción. Todo parece indicar que la metáfora convencional no es una base sólida sobre la cual construir máquinas con una inteligencia de nivel animal, y mucho menos humano [Kapor, 2002]. De allí que, a lo largo de su escasa historia, estas disciplinas modificaron su punto de vista. El primigenio enfoque dualista (el cerebro y la mente son dos cosas diferentes) se reemplazó por el monista (el cerebro y la mente son una y la misma cosa). De la inicial base psicológica y lingüística, se cambió a una base biológica y etológica. Asimismo, de la antigua idea de imaginar a la mente como un programa secuencial (el software) que corre sobre un sustrato físico –un cerebro o una máquina– (el hardware) se pasó a considerar al sistema mente-cerebro como una red autónoma que emerge del “acoplamiento estructural” entre el cuerpo y el entorno, a través de la coordinación entre el sistema sensorial y el motor.

Algunos cuestionamientos: el entorno Actualmente se cuestiona una de las hipótesis fundamentales tanto del cognitivismo como del conexionismo: la idea de que el entorno existe de antemano, está fijado y acabado. El medio ambiente hoy se considera como un trasfondo, un ámbito o campo para la experiencia de la máquina –algo que la circunda, la rodea o la cerca–, que nunca se puede precisar en forma absoluta y definitiva, y que se modela continuamente a través de los actos que aquella efectúa [Varela, Thompson y Rosch, 1997, p. 166, 168 y 173]. En el caso de los organismos, su entorno está constituido por las condiciones exteriores que son relevantes para ellos, y está determinado por sus actividades. En otras palabras, los organismos no “se adaptan” a un medio fijado de antemano, a un “nicho” exterior autónomo, sino que –en cierta medida– “lo construyen” a través de sus propias actividades vitales [Lewontin, 2000, p. 51]. En consecuencia, tanto los organismos vivos como el ecosistema habitado por ellos se encuentran en un estado de constante flujo, de fluidez, en donde se modifican y reconstruyen continuamente al interactuar entre sí, “acoplándose” de forma mutua y recíproca [Lewontin, 2000, p. 76/8]. Algunos cuestionamientos: la representación También se cuestiona la idea de que la cognición consista en recobrar –de modo pasivo– los rasgos extrínsecos del medio ambiente externo a través de un proceso de representación relativamente atinado. La cognición denota ahora al fenómeno de “hacer emerger” el significado a partir de realimentaciones sucesivas entre el organismo y el entorno local (tanto físico como cultural); surge a partir de una interacción “dialéctica”, de un “diálogo” entre ambos componentes. El conocimiento depende, entonces, de las experiencias vividas que se originan debido a la posesión de un cuerpo con diferentes capacidades sensomotoras, las cuales están “encastradas” dentro de un entorno biológico, psicológico y cultural mucho más amplio [Varela, Thompson y Rosch, 1997, p. 203]. Por eso, conocer y vivir son cosas inseparables y se equivalen [Maturana y Varela, 2003, p. 58]. En síntesis, la cognición es una función de supervivencia, sirve para organizar el mundo experiencial del sujeto según sus propósitos, no para describir una realidad externa objetiva. La Nueva IA y la CC Corporizada A partir de este nuevo paradigma científico (y hasta filosófico), y con el aporte de otras ciencias (como la Sistémica, la Cibernética, la Biología, la Sociología y la Etología), surgen la “CC corporizada” y la “Nueva IA” (o “Nouvelle IA”). Estudian la interacción dinámica entre el comportamiento de bajo nivel de los agentes completos (es decir, agentes corporizados y situados) y su entorno. No manipulan representaciones simbólicas internas del mundo, sino que operan directamente sobre él a través de patrones de actividad sensomotoras; es decir, consideran a la acción –más bien que al pensamiento– como primaria. Su objetivo final es entender –y tratar de reproducir– cómo surgen los procesos cognitivos de alto nivel a partir de las interacciones de bajo nivel con su nicho ecológico [Kortmann, 2001]. Y de ellas derivan los “sistemas cognitivos corporizados” (embodied cognitive systems) y, en particular, la “robótica basada en el comportamiento” (behaviour-base robotics), la “robótica situada” (situated robotics), la “robótica epigenética” (epigenetic robotics) y la “robótica evolutiva” (evolutionary robotics). Sergio Alejandro Moriello es periodista científico, Ingeniero en Electrónica y posgraduado en Administración Empresarial. Actualmente está finalizando la Maestría en Sistemas de Información. Es autor del libro Inteligencias Sintéticas.